Nuevos datos ponen de manifiesto la magnitud de los secuestros de sacerdotes en medio de la crisis de seguridad en Nigeria
Entre 2015 y 2025, al menos 212 sacerdotes católicos fueron secuestrados en Nigeria, en una ola de violencia que afecta a todo el país. Esto se revela en un estudio en curso realizado por la Conferencia Episcopal Católica de Nigeria, compartido con la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN).
La investigación documenta secuestros en al menos 41 de las 59 diócesis y arquidiócesis católicas del país. Los datos son coherentes con los hallazgos del Informe sobre la Libertad Religiosa 2025 de la ACN, que identifica a Nigeria como uno de los países más peligrosos del mundo para el clero y los líderes religiosos.
Según el documento enviado a ACN, de los 212 secuestrados, 183 fueron liberados o escaparon, 12 asesinados y 3 murieron posteriormente a causa de traumas y heridas sufridas durante su cautiverio.
Actualmente, al menos 4 sacerdotes secuestrados permanecen en cautiverio: el padre John Bako Shekwolo, el padre Pascal Bobbo, el padre Emmanuel Ezema y el padre Joseph Igweagu. El informe también confirma que al menos seis sacerdotes fueron secuestrados en más de una ocasión, lo que pone de manifiesto la persistente vulnerabilidad del clero católico.
Sin embargo, el número real de casos es ciertamente mayor. Aún no se han presentado datos de 18 diócesis, y ACN ha registrado de forma independiente casos aislados de secuestro durante los últimos años en al menos otras cinco diócesis no cubiertas en el estudio hasta ahora. Además, el informe no incluye incidentes relacionados con órdenes religiosas y congregaciones.
Iglesias cerradas y comunidades cristianas desplazadas
La diócesis con el mayor número de secuestros en el informe es Okigwe, con 47 casos, seguida de Port Harcourt (14) y Nsukka (13). Varias otras diócesis también reportan cifras particularmente elevadas, incluyendo Kaduna, Kafanchan y Nnewi, cada una con nueve secuestros.
En cuanto a víctimas mortales, la Arquidiócesis de Kaduna ha sufrido el mayor número de sacerdotes asesinados en la última década (cuatro), seguida de Kafanchan (dos), Minna (dos) y Abeokuta, Nnewi, Owerri y Sokoto (uno cada uno).
El impacto de esta violencia ha sido devastador para las comunidades cristianas locales. Pueblos enteros han sido desplazados, parroquias abandonadas y la vida pastoral gravemente alterada en amplias zonas del país. Solo en la Diócesis de Minna, más de 90 iglesias se han visto obligadas a cerrar debido a la actividad terrorista sostenida y la crónica inseguridad. Muchos sacerdotes fueron secuestrados directamente de sus rectorías, mientras viajaban para trabajos pastorales o de camino a celebrar la Santa Misa.
¿Quién está detrás de la violencia? Una realidad compleja
La violencia que devasta Nigeria no afecta solo a los cristianos. El terrorismo, el bandolerismo armado y los secuestros también cobran la vida de muchos musulmanes. Sin embargo, en gran parte del país, los cristianos son objeto de persecución selectiva debido a su fe, especialmente en regiones dominadas por grupos yihadistas y milicias étnico-religiosas.
Según el Informe sobre la Libertad Religiosa 2025 de la ACN, en el norte, la principal amenaza proviene del terrorismo yihadista, especialmente de grupos como Boko Haram y el Estado Islámico–Provincia de África Occidental (ISWAP), cuyo objetivo declarado es imponer una ideología islamista radical. En el centro de Nigeria, especialmente en el Cinturón Medio, la violencia está impulsada en gran medida por ataques sistemáticos llevados a cabo por milicias fulani, responsables de matanzas masivas, desplazamientos forzados, destrucción de aldeas predominantemente cristianas y la ocupación de tierras agrícolas. Aunque estos conflictos a veces se presentan como de naturaleza étnica o económica, en la práctica afectan abrumadoramente a las comunidades cristianas y tienen una dimensión religiosa.
A esto se suma una persistente discriminación estructural e institucional, que deja a muchas comunidades cristianas del norte sin protección efectiva por parte del Estado.
Al mismo tiempo, una proporción significativa de los secuestros en Nigeria están impulsados principalmente por motivos económicos. El secuestro se ha convertido en una industria criminal altamente rentable, utilizada tanto para financiar actividades terroristas como para sostener redes de bandoleros armados. El clero es objetivo frecuente porque es fácilmente identificable, generalmente no está protegido y porque sus comunidades hacen esfuerzos extraordinarios para conseguir su liberación. En diócesis como Okigwe — la más afectada del país — convergen rutas estratégicas de transporte, una presencia de seguridad débil, la proliferación de bandas organizadas de secuestros y una intensa actividad pastoral rural. Como resultado, los sacerdotes se han convertido en objetivos altamente vulnerables dentro de una brutal «economía de secuestros» impulsada por pagos de rescates.
Una emergencia de seguridad a nivel nacional
El número total de personas secuestradas en toda Nigeria es, por supuesto, mucho mayor y afecta a muchos sectores diferentes de la sociedad. El secuestro de sacerdotes representa solo una parte visible de una crisis nacional mucho más amplia de secuestros.
En las últimas semanas, Nigeria también ha experimentado un fuerte aumento en el secuestro masivo de escolares de instituciones educativas, especialmente en las regiones del norte. En respuesta a la creciente oleada de secuestros en escuelas, atentados terroristas y violencia armada, el presidente de Nigeria declaró un estado de emergencia de seguridad nacional en noviembre de 2025, autorizando la contratación de 20.000 agentes de policía adicionales y el despliegue de medidas extraordinarias de seguridad en varios estados.
Sin embargo, para muchas comunidades locales, las consecuencias de cada secuestro van mucho más allá de las estadísticas: cuando un sacerdote desaparece, toda una parroquia queda sin protección, liderazgo ni esperanza.