Tratamos de impartir la catequesis, el año pasado celebramos algunas bodas, lo cual fue un gran acontecimiento en la diócesis. También preparamos a los niños para el bautismo, la confirmación y la primera comunión. Esa es la labor pastoral que realizamos. Tenemos el otro aspecto, algunos lo llaman trabajo social, yo prefiero llamarlo obras de caridad.
¿Cómo describiría la fe de estos pocos católicos?
Su fe es muy firme, pese a los desafíos que afrontan, pues viven en un entorno predominantemente musulmán. Cuando se producen ataques, las víctimas son siempre personas del interior del país, son cristianos, no sólo católicos, también otros cristianos. Esto a veces puede infundirles miedo, especialmente cuando celebramos fiestas o grandes encuentros. En estos casos, contamos con la ayuda del Gobierno: cuando informamos a las autoridades sobre nuestras actividades, nos proporcionan seguridad. También para las misas de domingo hay seguridad, tratamos de crear un ambiente seguro para los fieles.
Cuando el dos de abril de 2015hablamos de Garissa asociamos esta ciudad con el mortal ataque terrorista a la universidad y las actividades de Al Shabab. ¿Puede darnos una idea de la situación actual?
Sí, ese ataque ocurrió hace cinco años, fue un acontecimiento muy triste. Si no recuerdo mal, unos 148 estudiantes perdieron la vida, todos ellos cristianos de varias confesiones. Fue realmente un shock para toda la nación, especialmente para la Iglesia de Garissa, porque había entre ellos católicos que solían acudir a nuestra iglesia los domingos. Yo solía ir al campus de la universidad para celebrar la Santa Misa y escuchar la confesión, los admiraba mucho porque eran muy activos.
Después del ataque en la universidad, algunos reporteros internacionales vinieron a nuestra iglesia el domingo siguiente -era Pascua- y entrevistaron a algunas personas. Entre otras cosas, les preguntaron “¿No tienen miedo de acudir a la iglesia?”, a lo que respondieron “Sí, tenemos miedo, pero si tenemos que morir, mejor morir en la iglesia que en la calle”.
Aunque tuvimos esa experiencia, damos las gracias a Dios porque ahora las cosas han vuelto casi a la normalidad, aunque todavía haya algunos ataques esporádicos de estos grupos terroristas en nuestra diócesis. En los últimos dos meses, ha habido unos 16 incidentes y ataques de este tipo, unas 60 personas han perdido la vida a raíz de ellos.
¿Cómo está reaccionando la Iglesia ante esta situación?
Nosotros tratamos de entablar, en primer lugar, un diálogo con la población local. Tenemos un equipo formado por líderes religiosos -musulmanes, protestantes, católicos, metodistas y algunos más- nos reunimos periódicamente para tratar de crear un vínculo entre nosotros. Cuando vemos que algo no va bien, lo hablamos entre nosotros para evitar que la situación empeore. Cuando sucede algo, como ya tenemos ese vínculo, tratamos de tranquilizar a nuestra gente. Tenemos que seguir adelante.
Los ataques los perpetran extremistas, no todos son así. Así que intentamos, por nuestra parte, educar a nuestra gente para que diferencien entre los terroristas y los que no lo son, también entre los musulmanes. Por su parte, los musulmanes intentan explicar a su gente que los cristianos son sus hermanos, aunque haya diferencias, pero que tenemos que convivir como hermanos y hermanas. Creo que estamos tratando de hacerlo lo mejor posible.
ACN depende prácticamente de la generosidad de sus benefactores a la hora de apoyar a los misioneros como usted, que están en el extranjero haciendo la obra de Dios en países donde es difícil practicar la fe. ¿Qué mensaje tiene para nuestros benefactores?
Es cierto que la Iglesia es universal, esa es la belleza de la Iglesia. No sólo profesamos la misma fe, sino que tratamos de ayudarnos mutuamente. Hay Iglesias que están necesitadas materialmente y reciben ayuda de otras. Por otro lado, las Iglesias que ayudan materialmente necesitan sacerdotes, porque el número de sacerdotes en Europa y en Occidente está disminuyendo, entonces sacerdotes de países que han recibido ayuda pueden ser enviados en misión. Es un intercambio, la Iglesia está muy viva y es muy activa de esta manera. Yo siento un gran aprecio por los benefactores: si no fuera por su ayuda, creo que la Iglesia no estaría donde está ahora. Nosotros necesitamos estructuras, no solo para las escuelas, sino también para acomodar a las comunidades religiosas, a las religiosas e incluso a los sacerdotes, que también necesitan un sustento.
Todo el mundo tiene algo que dar y todo el mundo tiene algo que recibir.
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