Por Magdalena Lira, vocera de Voces Católicas Directora de ACN Chile
Llevábamos pocas horas en Erbil, Irak, cuando conocimos a Mons. Bashar Warda, arzobispo de esa ciudad. Nos reunimos en su casa. Él venía llegando de visitar los campos de desplazados, donde vivían los cristianos que habían huido del terror de los yihadistas de ISIS. “Somos una comunidad cristiana que podría desaparecer”, nos dijo. Sus palabras reflejaban la dura realidad del cristianismo en esa región.
En junio de 2014 comenzó uno de los momentos más oscuros de la historia de ese país, cuando la ciudad de Mosul, la segunda más grande de Irak, cayó en manos de ISIS. Este hecho marcó el inicio de la caída de la Llanura de Nínive. Los terroristas destruyeron y confiscaron las propiedades cristianas y protagonizaron casos de secuestros y asesinatos de cristianos. Un auténtico genocidio en pleno siglo XXI, como lo han reconocido la Unión Europea y la ONU.
Conocí a Mons. Warda en marzo de 2015, seis meses después de la caída de Mosul, cuando visité Irak junto a una delegación de la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN). Queríamos conocer “in situ” la realidad de los cristianos. Nunca imaginamos lo que encontraríamos. Decenas de miles de familias vivían en campos de desplazados. Habían llegado escapando de ISIS. No tenían nada, pero preferían ese sufrimiento, antes que renunciar a su fe. En medio de ellos, Mons. Warda organizaba la ayuda de emergencia: alimentos y agua, medicinas, techo… Una tarea titánica que continúa hasta el día de hoy.