— Ese fenómeno ya lo hemos vivido anteriormente. Lo vimos en Venezuela. La atención del mundo hacia un país se mantiene unos meses, después hay otros intereses. Parecido ocurrió en Armenia. La primera mitad del 2021 contactamos con el obispo local por si necesitaba ayuda. Nos dijo: «Ahora no, pero os contactaré a final de año, porque percibimos que baja la solidaridad». Lo mismo está ocurriendo en Ucrania. ACN no es una organización especializada en la primera emergencia. Antes del conflicto ya donábamos 5 millones de euros al año al país, porque es el tercero más pobre de Europa. Seguimos apoyando ahora y seguiremos después de la guerra.
—¿Cuáles van a ser las necesidades en los próximos meses?
— Nuestras prioridades son apoyar, junto a las Cáritas locales, a los monasterios y seminarios, que desde el comienzo de guerra se han convertido en centros de acogida para todos los desplazados internos. Hace algunos meses comenzaban a regresar a la zona de Kiev, pero desde los ataques ya nadie quiere retornar. Para muchas personas de las zonas más orientales su futuro está en Ucrania, pero en otras regiones. Ya no tienen casa y no sabemos si Ucrania recuperará esas zonas.
—
¿Cuántos refugiados hay?
— Al comienzo del conflicto hablábamos de más de 4 millones, pero ahora con la ola de ataques rusos y con la llegada del invierno a unas regiones donde no hay infraestructuras para la calefacción, van a provocar un aumento por encima de los 5 millones de desplazados. Sobre todo son mujeres con sus hijos, porque muchos de los hombres han fallecido en el conflicto.
—
¿Cómo poner fin a la guerra?
— Veo con tristeza que en Europa no tenemos una palabra que pueda ayudar a una situación de paz. Dependen de las fuerzas más empeñadas en este momento como Rusia, EE.UU., China y Turquía. Este último puede ser el principal país mediador.