Hoy primero de octubre la Iglesia celebra a santa Teresita de Lisieux. Sólo una niña, pero tenía claro qué quería hacer de su vida:salvar almas y llegar al cielo. La santidad de los sacerdotes y la evangelización fueron sus grandes objetivos.
La iglesia chilena necesita de nuestra oración y que mejor que seguir el ejemplo de esta jovencita que, desde el convento, nos mostró el camino de la santidad.
TERESITA DEL NIÑO JESÚS, virgen, 1873-1897, fue la menor de nueve hermanos, aunque sólo cinco llegaron a edad adulta. Siendo ella muy pequeña murió su madre y fue criada y rodeada de amor por su padre y hermanas.
A los 15 años de edad, Teresita pidió que la admitieran en el Carmelo de Lisieux, donde ya habían ingresado dos de sus hermanas. Al principio se rechazó su petición, pero finalmente fue aceptada en mayo de 1888. Ella misma manifestó el motivo principal de su entrega total a Jesús: salvar almas y particularmente, pedir por los sacerdotes. Su vida diaria consistía en seis horas y media de oración y meditación, cinco horas de trabajos manuales y el resto del tiempo repartido entre las comidas, el descanso, el recreo y las actividades personales. Era una vida austera que no tenía nada que ver con aquel falso romanticismo que a veces representan las imágenes de la santa.
Ella escribió: “Tuve que luchar; no tenía una naturaleza dócil; no pasó ningún día en el cual no fuera herida”. La superiora trató de romper el aparente orgullo de la marcada personalidad de esta joven novicia, con humillaciones y regaños. Teresita conocía bien su pequeñez y, por su buena formación bíblica, quiso refugiarse en los brazos paternales de Dios, precisamente como un niño con todas sus deficiencias. De acuerdo con ella, la perfección no existía en lo extraordinario ni en ofrecer muchas obras a Dios, sino en la aceptación humilde de la vida ordinaria. Pero esta vida ordinaria no debía ser egocéntrica sino cristocéntrica y misionera: salvar almas por medio de una vida crucificada.
Teresita ofreció su vida: “En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, quiero ser amor”. Ofreció sus penas espirituales y físicas para que la misericordia divina pudiera derrochar corrientes de gracia en la obra misionera de la Iglesia. Poco antes de su muerte, declaraba: “El cáliz está lleno hasta los bordes. Yo no me hubiera creído ser capaz de sufrir tanto. Sólo por mi gran deseo de querer salvar almas, me explico que todavía pueda soportar”.
Murió el 30 de septiembre de 1897 a los 24 años de edad. Sobre la cruz de su tumba se encuentran las palabras: “Mi ocupación en el cielo será seguir ayudando en la tierra”.
El papa Pío X estimó a Teresita como la santa más grande de su tiempo. Pío XI la declaró santa en 1925 y además, junto con Francisco Javier, “patrona de todas las misiones”. En 1944, los obispos franceses la eligieron, junto con santa Juana de Arco, patrona de Francia.
Sobre la vida de Teresa de Lisieux poseemos muchos datos por una infinidad de publicaciones y por la biografía “Historia de un Alma”, que ella misma compuso por orden de la superiora.