Estas respuestas del catequista despertaron en mí el deseo de ser sacerdote. Pero las dificultades a la hora de hablar con mis padres cristianos y, sobre todo, de convencerlos de la seriedad de mi propósito fueron enormes. En primer lugar, en mi familia, yo soy el segundo hijo varón y era inconcebible que mi padre me permitiera ingresar en el seminario. Como nunca había asistido a una escuela del centro de la parroquia, tenía un cierto complejo de inferioridad con respecto a los jóvenes de la parroquia que estaban acostumbrados a tratar con sacerdotes, conocían el ritual de la Misa y de los otros sacramentos. Además, las dificultades económicas eran un serio obstáculo, dadas las condiciones muy humildes en las que vivían mis padres, que son campesinos y tenían a siete hijos a su cargo, dos hijos varones y cinco hijas, todos en edad escolar.