Usted está en Járkov, una ciudad mundialmente conocida hoy por el sufrimiento de sus habitantes y que aparece en los medios de comunicación todos los días. ¿Cómo están?
Una noche más que sobrevivimos, estamos vivos y bien. Todos los días llegan refugiados buscando una forma de evacuar la ciudad. Nosotros les ayudamos con eso. Sí, hay disparos constantes, esto ya es normal. Todo tiembla y es muy ruidoso. Las ventanas suenan como si los vidrios estuvieran a punto de romperse. Nos hemos acostumbrado al ruido. Es incluso raro cuando todo está tranquilo... pues no sabemos qué va a pasar. Es como si unos padres de familia que están en la sala de la casa de repente dejaran de escuchar a sus hijos que están en su habitación... es entonces cuando te preocupas. Vivimos una realidad diferente y triste.
¿Cómo está la gente en Járkov?
La gente está en búnkeres y refugios. Es muy peligroso salir. Recibimos ayuda humanitaria -medicinas, alimentos, pañales, etc.- que nos llega desde el oeste de Ucrania. Todo viene en pequeños autobuses o coches, que son bastante discretos y finalmente consiguen pasar. Los camiones grandes no pueden pasar por las carreteras y los camioneros tienen miedo de conducir hacia el este de Ucrania.
¿Están abiertos los hospitales?
En los hospitales se sigue trabajando. Visitamos regularmente a los enfermos. Ayer pudimos entregar pañales en el hospital psiquiátrico, donde la gente tuvo que pasar varios días sin productos de higiene. El director nos dio las gracias con lágrimas en los ojos. Esa es nuestra misión ahora. Cuando se comparten las penas, se reducen. Estamos organizando la ayuda como podemos.
Hay un gran éxodo de personas. Tenemos imágenes de grandes multitudes abandonando la ciudad. ¿Cómo es la situación?
He estado en la estación de tren, donde he visto escenas muy emotivas que me han conmovido profundamente. Como ningún hombre entre 18 y 60 años puede salir del país, los padres se despiden de sus esposas e hijos sin saber cuándo o si volverán a verse.
Antes de la guerra, muchos padres trabajaban en el oeste y los hijos se quedaban con sus abuelos. Ayer, otra madre vino de Polonia y recogió a sus dos hijos. Vino con un autobús lleno de suministros de ayuda. Los abuelos no quisieron ir con ella. La despedida fue muy difícil.
Veo mucho trauma en la gente, en sus ojos, en sus caras. Especialmente los niños sufrirán las consecuencias más adelante. Las enfermedades mentales vendrán, seguramente, después de la guerra. Ahí también tendremos que dar nuestro apoyo.