A continuación, el texto completo del Papa Francisco a los jóvenes:
Muchas gracias por tus palabras de bienvenida, muchas gracias también por todas y cada una de
las representaciones artísticas que han realizado. Muchas gracias. Siéntense, pónganse cómodos.
Me agradecían porque he reservado tiempo para estar con ustedes. ¿Qué es más importante para
un pastor que estar con los suyos? ¿Qué es más importante para un pastor que encontrarse con
sus jóvenes? ¡Ustedes son importantes! Tienen que saberlo, tienen que creérselo. ¡Ustedes son
importantes! Pero con humildad. Porque ustedes no son sólo el futuro de Mozambique, tampoco
de la Iglesia y de la humanidad. Ustedes son el presente que, con todo lo que son y hacen, ya están
aportando lo mejor que hoy pueden regalar. Sin su entusiasmo, sus cantos, su alegría de vivir,
¿qué seria de esta tierra? Verles cantar, sonreír, bailar, en medio de todas las dificultades que
viven —como bien nos contabas tú— es el mejor signo de que ustedes, jóvenes, son la alegría de
esta tierra, la alegría de hoy.
La alegría de vivir es una de sus principales características —y eso se puede sentir aquí́—. Alegría
compartida y celebrada que reconcilia y se transforma en el mejor antídoto que desmiente a todos
aquellos que quieren dividir, fragmentar o enfrentar. ¡Cuánto les hace falta a algunas regiones del
mundo su alegría de vivir!
Gracias por estar presentes las distintas confesiones religiosas. Gracias por animarse a vivir el
desafío de la paz y a celebrarla hoy juntos como familia; también a aquellos que sin ser parte de
alguna tradición religiosa están participando. Es hacer la experiencia de que todos somos
necesarios, con nuestras diferencias, pero necesarios.
Ustedes juntos —así́ como se encuentran ahora—, son el palpitar de este pueblo, donde cada uno
juega un papel fundamental en un único proyecto creador, para escribir una nueva página de la
historia, una página llena de esperanza, paz y reconciliación. ¿Quieren escribir esta página?
Cuando entré, ustedes cantaban reconciliación. ¿Lo repiten? Reconciliación. Reconciliación.
Me hiciste dos preguntas que creo van unidas. Por un lado, ¿cómo hacer para que los sueños de
los jóvenes se hagan realidad? Y, ¿cómo hacer para que los jóvenes se involucren en los problemas
que aquejan al país? Ustedes hoy nos marcan el camino y nos enseñan cómo responder a estas
preguntas.
Han expresado con el arte, con la música, con esa riqueza cultural que mencionabas con tanto
orgullo, una parte de sus sueños y realidades; en todas ellas muestran diferentes modos de
asomarse al mundo y mirar el horizonte: siempre con ojos llenos de esperanza, llenos de futuro y
también de ilusiones. Ustedes, jóvenes, caminan con dos pies como los adultos, pero a diferencia
de los adultos, que los tienen paralelos, ustedes ponen uno delante del otro, dispuesto a irse, a
partir. Ustedes tienen tanta fuerza, son capaces de mirar con tanta esperanza, son una promesa
de vida que lleva incorporado un cierto grado de tenacidad (cf. Exhort. ap. postsin. Christus vivit,
139), que no deben perder ni dejar que se las roben.
¿Cómo realizar los sueños, cómo contribuir a los problemas del país? Me gustaría decirte: no dejes
que les roben la alegría. No dejen de cantar y expresarse de acuerdo a todo lo bueno que
aprendieron de sus tradiciones. Que no les roben la alegría.
Como les decía, hay muchas formas de mirar el horizonte, el mundo, el presente y el futuro. Pero
es necesario cuidarse de dos actitudes que matan los sueños y la esperanza: la resignación y la
ansiedad. Son grandes enemigas de la vida, porque nos empujan normalmente por un camino
fácil, pero de derrota, y el precio que piden para pasar es muy caro. Se paga con la propia felicidad
e inclusive con la propia vida.
¡Cuántas promesas de felicidad vacías que terminan truncando vidas! Seguro conocen amigos,
conocidos —o incluso les puede haber pasado a ustedes mismos—, el vivir momentos difíciles,
dolorosos, donde parece que todo se viene encima y lleva a la resignación. Hay que estar muy
atentos porque esa actitud «te hace tomar la senda equivocada. Cuando todo parece paralizado y
estancado, cuando los problemas personales nos inquietan, los malestares sociales no encuentran
las debidas respuestas, no es bueno darse por vencido» (ibíd., 141).
Repitan: ¡No es bueno darse por vencido!, ¡No es bueno darse por vencido! Sé que a la mayoría de
ustedes les gusta mucho el futbol. Recuerdo un gran jugador de estas tierras que aprendió́ a no
resignarse: Eusebio da Silva, la “pantera negra”. Comenzó́ su vida deportiva en el club de esta
ciudad. Las severas dificultades económicas de su familia y la muerte prematura de su padre, no
pudieron impedir sus sueños; su pasión por el fútbol lo hizo perseverar, soñar y salir adelante, ¡y
hasta llegó a hacer 77 goles para este club de Maxaquene! Tenía todo para resignarse.
Su sueño y ganas de jugar lo lanzaron hacia delante, pero tan importante como eso fue encontrar
con quién jugar. Ustedes bien saben que en un equipo no son todos iguales, ni hacen las mismas
cosas o piensan de la misma manera. Cada jugador tiene sus características, como lo podemos
descubrir y disfrutar en este encuentro: venimos de tradiciones diferentes e inclusive podemos
hablar lenguas diferentes, pero eso no impidió́ que nos encontremos.
Mucho se ha sufrido y se sufre porque algunos se creen con el derecho de determinar quién puede
“jugar” y quién tiene que quedar “fuera de la cancha”, y van por la vida dividiendo y enfrentando.
Ustedes, queridos amigos, hoy son un ejemplo y testimonio de cómo tenemos que actuar. Tú me
preguntabas: ¿Cómo comprometerse con el país? Así́ como lo están haciendo, permaneciendo
unidos más allá́ de lo que les puede diferenciar, buscando siempre la ocasión para realizar los
sueños por un país mejor, pero juntos.
¡Qué importante es no olvidar que la enemistad social destruye! «Y una familia se destruye por la
enemistad. Un país se destruye por la enemistad. El mundo se destruye por la enemistad. Todos
juntos: ¡El mundo se destruye por la enemistad! ¡El mundo se destruye por la enemistad!
Y la enemistad más grande es la guerra. Y hoy día vemos que el mundo se está́ destruyendo por la
guerra. Porque somos incapaces de sentarnos y hablar [...]. Seamos capaces de crear la amistad
social. No es fácil, siempre hay que renunciar a algo, hay que negociar, pero si lo hacemos
pensando en el bien de todos podremos alcanzar la magnífica experiencia de dejar de lado las
diferencias para luchar juntos por algo común. Si logramos buscar puntos de coincidencia en
medio de muchas disidencias, en ese empeño artesanal y a veces costoso de tender puentes, de
construir una paz que sea buena para todos, ese es el milagro de la cultura del encuentro» (ibíd.,
169).
Recuerdo ese proverbio que dice: «Si quieres llegar rápido camina solo, si quieres llegar lejos, ve
acompañado». Repito: ¡Si quieres llegar rápido camina solo, si quieres llegar lejos, ve
acompañado! Se trata siempre de soñar juntos, como lo están haciendo hoy. Sueñen con otros,
nunca contra otros; sueñen como han soñado y preparado este encuentro: todos unidos y sin
barreras. Eso es parte de la “nueva página de la historia” de Mozambique.
Jugar juntos nos enseña que no sólo la resignación es enemiga de los sueños y del compromiso,
también lo es la ansiedad. Resignación y ansiedad. La ansiedad «Puede ser una gran enemiga
cuando nos lleva a bajar los brazos porque descubrimos que los resultados no son instantáneos.
Los sueños más bellos se conquistan con esperanza, paciencia y determinación, -esperanza,
paciencia y determinación- renunciando a las prisas. Al mismo tiempo, no hay que detenerse por
inseguridad, no hay que tener miedo de apostar y de cometer errores» (ibíd., 142).
Las cosas más hermosas se gestan con el tiempo y, si algo no te salió́ la primera vez, no tengas
miedo de volver a intentar, una y otra vez. No tengas miedo a equivocarte, podemos equivocarnos
mil veces, pero no caigamos en el error de detenernos porque hay cosas que no nos salieron bien
la primera vez. El peor error seria por causa de la ansiedad y abandonar los sueños y las ganas de
un país mejor por la ansiedad.
Por ejemplo, tienen ese hermoso testimonio de María Mutola, que aprendió́ a perseverar, a seguir
intentando a pesar de no cumplir su anhelo de la medalla de oro en los tres primeros juegos
olímpicos que compitió́; después, al cuarto intento, esta atleta de los 800 metros alcanzó su
medalla de oro en las olimpiadas de Sidney. La ansiedad no la hizo ensimismarse; sus nueve títulos
mundiales no le hicieron olvidar a su pueblo, sus raíces, y sigue cerca de los niños necesitados de
Mozambique. ¡Cuánto nos enseña el deporte a perseverar en nuestros sueños!
Me gustaría. Un poco largo el discurso ¿no? Son educados.
Me gustaría sumar otro elemento importante: no dejen afuera a sus mayores. También sus
mayores los pueden ayudar a que sus sueños y aspiraciones no se sequen, no los tire el primer
viento de la dificultad o la impotencia; ellos son nuestras raíces.
«Piensen esto: si una persona les hace una propuesta y les dice que ignoren la historia, que no
recojan la experiencia de los mayores, que desprecien todo lo pasado y que sólo miren el futuro
que Él les ofrece, ¿no es una forma fácil de atraparlos con su propuesta para que solamente hagan
lo que Él les dice? Esa persona los necesita vacíos, desarraigados, desconfiados de todo, para que
sólo confíen en sus promesas y se sometan a sus planes. Así́ funcionan las ideologías de distintos
colores, que destruyen (o de-construyen) todo lo que sea diferente y de ese modo pueden reinar
sin oposiciones. Para esto necesitan jóvenes que desprecien la historia, que rechacen la riqueza
espiritual y humana que se fue transmitiendo a lo largo de las generaciones, que ignoren todo lo
que los ha precedido» (ibíd., 181).
Las generaciones anteriores tienen mucho para decirles, para proponerles. Es cierto que a veces
nosotros, los mayores, lo hacemos de modo impositivo, como advertencia, metiendo miedo; o
pretendemos que hagan, digan y vivan exactamente igual que nosotros. Ustedes tienen que hacer
su propia síntesis, pero escuchando, valorando a los que los han precedido. Y esto, ¿no es lo que
habéis hecho con vuestra música? Al ritmo tradicional de Mozambique, la “marrabenta”, le habéis
incorporado otros modernos y nació́ el “pandza”. Lo que escuchaban, lo que veían cantar y bailar a
sus padres y abuelos, lo han hecho suyo. Ese es el camino que les propongo, un camino «hecho de
libertad, de entusiasmo, de creatividad, de horizontes nuevos, pero cultivando al mismo tiempo
esas raíces que alimentan y sostienen» (ibíd., 184).
Todos estos son pequeños elementos que pueden darles el apoyo necesario para no achicarse en
los momentos de dificultad, sino para abrir una brecha de esperanza; brecha que les ayudará a
poner en juego su creatividad y a encontrar nuevos caminos y espacios para responder a los
problemas con el gusto de la solidaridad.
Estoy por terminar. Muchos de ustedes naciste bajo el signo de la paz, una paz trabajosa que pasó
por momentos diversos, unos más luminosos y otros de prueba. La paz es un proceso que también
ustedes están llamados a recorrer, tendiendo siempre vuestras manos especialmente a aquellos
que están pasando en un momento de dificultad. ¡Grande es el poder de la mano tendida y de la
amistad que se juega en lo concreto! Pienso en el sufrimiento de aquellos jóvenes que llegaron
llenos de ilusiones en búsqueda de trabajo a la ciudad y hoy están sin techo, sin familia y que no
encuentran una mano amiga. Este es el gesto de la mano tendida. Todos: gesto de la mano
tendida.
Qué importante es que aprendamos a ser manos amigas y tendidas. Busquen crecer en la amistad
también con los que piensan distinto, para que la solidaridad crezca entre ustedes y se transforme
en la mejor arma para transformar la historia.
Mano tendida que también nos recuerda la necesidad de comprometernos por el cuidado de
nuestra casa común. Ustedes, sin lugar a dudas, fueron bendecidos con una belleza natural
estupenda: bosques y ríos, valles y montañas y esas lindas playas.
Pero tristemente, hace pocos meses han sufrido el embate de dos ciclones, han visto las
consecuencias del descalabro ecológico en el que vivimos. Muchos ya han aceptado el desafío
imperioso de proteger nuestra casa común, y entre estos hay muchos jóvenes. Tenemos un
desafío: proteger nuestra casa común. Este es un lindo sueño para cultivar juntos, como familia
mozambiqueña, una linda lucha que los puede ayudar a mantenerse unidos. Estoy convencido de
que ustedes pueden ser los artesanos de ese cambio tan necesario. Proteger nuestra casa común,
una casa que es de todos y para todos.
Y permítanme decirles una última reflexión: Dios los ama, y en esa afirmación estamos de acuerdo
todas las tradiciones religiosas. «Para Él realmente eres valioso, tú no eres insignificante, le
importas, porque eres obra de sus manos. Porque te ama. Por eso te presta atención y te recuerda
con cariño. Tienes que confiar en el recuerdo de Dios [...], su memoria es un corazón tierno de
compasión, que se regocija eliminando definitivamente cualquier vestigio del mal. No quiere llevar
la cuenta de tus errores y, en todo caso, te ayudará a aprender algo también de tus caídas. Porque
te ama. Intenta quedarte un momento en silencio dejándote amar por Él. Intenta acallar todas las
voces y gritos interiores y quédate un instante en sus brazos de amor» (ibíd., 115).
Lo hacemos ahora juntos… -silencio-. Ese amor de Dios es sencillo, casi silencioso, discreto: no
avasalla, no se impone, no es un amor estridente u ostentoso; es un «amor de libertad y para la
libertad, amor que cura y que levanta. Es el amor del Señor que sabe más de levantadas que de
caídas, de reconciliación que de prohibición, de dar nueva oportunidad que de condenar, de
futuro que dé pasado» (ibíd., 116).
Sé que ustedes creen en ese amor que hace posible la reconciliación; porque creen en ese amor
estoy seguro que tienen esperanza, y que no dejarán de andar con alegría los caminos de la paz.
Muchas gracias y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Que Dios los bendiga.