La hermana Cecilia vive en Ruanda, un país precioso en el corazón de África. Ella y sus siete hermanas, no ponen límites en su amor a los demás, especialmente a los más desfavorecidos.
Desde que era niña, Cecilia soñaba con cuidar a los ancianos: a aquellos que se sienten solos, los que son olvidados por la sociedad. Cecilia sintió la llamada de Dios para desempeñar esta labor en la congregación de las Hermanas Palotinas. Algunos de los ancianos son tan frágiles que es difícil para ellos realizar tareas básicas, y muchos de ellos no tienen nada de comer. Entonces las hermanas piden a los niños que, con ayuda de sus padres, aporten con donaciones de comida para los ancianos.
El compromiso de unas religiosas de su entorno que no ponían límites a su ayuda y compasión por los pobres fue lo que llevó a la hna. Cecilia a unirse a la congregación de las Hermanas Palotinas:
“No ponen límites a su ayuda a la gente y esto me conmovió. Ser una de ellas y ofrecer mi vida por los demás era mi manera de dar gracias a Dios”.
Nkeramugaba Innocent, padre de familia, confiesa: “Me moriría si no fuera por estas mujeres. Doy gracias a Dios por su amor a los pobres y a las personas necesitadas… Doy gracias a todos los benefactores que ayudan a las hermanas porque su apoyo es muy importante para nosotros”.
La Hna. Cecilia es la superiora de su comunidad en Masaka. Ella y sus ocho hermanas, Angelina, Cécire, Goretti, Delphine, Josephine, Diana y Crementina, se encargan de la escuela de primaria y secundaria, de la guardería, visitan a los ancianos solos en sus casas, les llevan la Eucaristía. En Ruanda el servicio médico es muy caro para las personas de su comunidad, por lo cual Cecilia y sus hermanas, también tienen un centro de salud en el que atienden a los enfermos con tratamientos básicos.
“Sin amor, perdón y reconciliación nada es posible”
Muchas de las personas con las que convive la Hermana Cecilia han quedado marcadas por la pérdida de sus seres queridos, cuando un millón de personas fueron asesinadas en el genocidio de Ruanda. Cuando la violencia se detuvo, Cecilia y sus hermanas se dieron cuenta de que lo necesario para recuperarse era el perdón y el amor.