Sienten que han perdido su dignidad. Me duele verlo”.
Maguy, una madre de cuatro hijos de entre 7 y 16 años, comenzó hace unas semanas a acudir al dispensario para obtener comidas calientes.
“Es algo que nunca pensé que haría”, dice en relación con estar en el extremo receptor de la asistencia alimentaria. “Pero llegué al punto de no querer ver a mis hijos morir de hambre. Haría cualquier cosa por ellos. Las religiosas y todos aquí me hacen sentir tan bienvenida. Dios las bendiga por todo lo que están haciendo”.
Las comidas calientes se preparan fuera del dispensario y los beneficiarios traen sus propios recipientes para comer luego en sus casas. Debido a las medidas de prevención contra el coronavirus, la distribución se realiza al aire libre, a la entrada del dispensario. Esta oferta no se ha visto interrumpida por la catastrófica explosión que sacudió la capital de Beirut el 4 de agosto y que mató a casi 200 personas, hirió a otras 6.000 y desplazó a más de 300.000.
No obstante, y pese a estar ubicado a 4 kilómetros del lugar de la explosión, el dispensario ha sufrido daños considerables por un total de casi 40.000 dólares en reparaciones. La religiosa da las gracias porque nadie resultó herido en el dispensario, ya que estaba cerrado en el momento de la explosión.
“En este país vivimos al día porque no sabemos qué pasará mañana. No podemos ver la luz al final del túnel”, dice la Hna. Marie Justine. “Siempre digo que Dios siempre nos ayuda. Doy gracias a Dios, porque Él nos envía personas que nos ayudan”, dice refiriéndose a las ayudas que llegan de la fundación Ayuda a la iglesia que Sufre. “Estamos muy agradecidos”.
Sin embargo, señala
“las necesidades van en aumento”. La posibilidad de una hambruna en el Líbano es muy real. “Nos estamos acercando (a la hambruna), porque los productos se están encareciendo mucho y la gente no va a tener suficiente dinero para comprar en el supermercado”, advierte la Hna. Marie Justine. “Necesitamos un milagro”.
Un reciente informe de las Naciones Unidas evidencia que más del 55 por ciento de la población del Líbano es actualmente pobre y lucha por satisfacer sus necesidades básicas de productos de primera necesidad: casi el doble de personas que hace un año. La moneda libanesa ha perdido más del 80 por ciento de su valor en menos de un año, y los precios de los alimentos básicos se han duplicado, triplicado e incluso cuadruplicado.
Ayuda a la Iglesia que Sufre está financiado un programa para distribuir paquetes de alimentos a más de 5.800 familias necesitadas afectadas por la explosión del 4 de agosto. La hermana Marie Justine supervisará parte de la distribución.