Al final de la Segunda Guerra Mundial, y como resultado de los pactos suscritos por las potencias vencedoras en la Conferencia de Yalta y en el Acuerdo de Potsdam, a partir de 1945 catorce millones de alemanes fueron expulsados de los territorios orientales. Al principio, las personas desplazadas que llegaron a Alemania occidental —entre ellos, seis millones de católicos— se vieron obligados a vivir en condiciones infrahumanas en búnkers o en campos de refugiados. Al padre Werenfried van Straaten, nacido en 1913 en Mijdrecht (Países Bajos), el sufrimiento de esos millones de personas desplazadas le recordó la Navidad, cuando para la Sagrada Familia no había sitio en la posada porque los «suyos» no tuvieron caridad.
No hay sitio en la posada
El joven religioso apeló a la conciencia cristiana de sus compatriotas y exhortó a amar a los enemigos y al prójimo. En un artículo publicado con el título
«No hay lugar en la posada» en la edición de la Navidad de 1947 de la revista de su abadía, sita en Tongerlo (Bélgica), solicitó un gesto de reconciliación de sus compatriotas, que todavía lloraban a sus familiares asesinados por los alemanes.
Lo increíble sucedió: el eco despertado por el artículo fue abrumador y desencadenó una ola de solidaridad entre la población flamenca. Como entre las personas desplazadas había también tres mil sacerdotes católicos, a través de los cuales se organizaba la ayuda a las personas necesitadas, la nueva organización de ayuda recibió el nombre de «Ostpriesterhilfe» (Ayuda de los sacerdotes del Este).
El nombre «Werenfried» significa «guerrero de la paz» y se convirtió en todo un programa de vida. En 1948 organizó una colecta de tocino entre los campesinos flamencos, que se convirtió en un gran éxito y le valió el apelativo de «Padre Tocino».