Margaret perdió ambas piernas y la visión de un ojo después de la explosión de una bomba en la iglesia de San Francisco Javier en Owo, una ciudad en el suroeste de Nigeria. El día del ataque, la iglesia estaba repleta de feligreses, pues era domingo de Pentecostés. Margaret estaba en la galería de la iglesia cantando en el coro cuando los hombres armados comenzaron a disparar. “Doy gracias a Dios porque estoy viva. Tengo tantas razones para estar agradecida con Dios…”
Con aproximadamente 206 millones de habitantes, Nigeria es el país más poblado de África. Cerca de la mitad de la población es cristiana y la otra mitad es musulmana.
En el norte, los cristianos son perseguidos desde hace años por el grupo terrorista Boko Haram. En otras regiones, sufren violentos ataques por parte de pastores nómades, los “fulani”, que en su mayoría son musulmanes y cuentan con grupos radicalizados y armados.
La Iglesia trata de sobrevivir para acompañar a los cristianos más necesitados en zonas remotas y en campos de desplazados internos. Pero sus recursos son escasos… En medio de la necesidad y la violencia, los sacerdotes y religiosas corren el peligro de ser secuestrados (por razones de persecución religiosa y también como forma de obtener dinero por los rescates). Sólo en 2022, al menos 32 sacerdotes y religiosos nigerianos fueron víctimas de secuestros.
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