Todos estamos viviendo la realidad y las consecuencias de la pandemia del coronavirus en nuestras vidas y en las del mundo entero. Padecerlo en primera persona nos ayuda a conectarnos más con los que más están sufriendo, aunque físicamente los tengamos lejos. Como en África, un continente donde vastas regiones no están preparadas para hacerle frente al temido COVID 19. En ese continente, el 36% de la población no puede lavarse las manos en su casa, algo fundamental para prevenir el contagio. Además, el 56% de los africanos viven en barrios marginales, hacinados, lo que facilita el crecimiento de la enfermedad. Pero ellos no están solos. Miles de religiosas y sacerdotes están ahí. Son verdaderos “médicos de cuerpo y alma”, que consuelan, curan, enseñan y alimentan física y espiritualmente a su pueblo.
Frente al miedo y a la incertidumbre, ellos son portadores de esperanza. Por ejemplo en Níger, las hermanas de la Fraternidad de Sirvientas de Cristo elaboran jabón y mascarillas para proteger a 500 mujeres y niños que atienden en su Centro de Nutrición. Para muchos, adquirir estos insumos sería imposible. En Burkina Faso, donde los cristianos son perseguidos por grupos yihadistas islámicos, las hermanas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón instalaron una «estación de sanitización» en el patio de su convento. Enseñar y promover las medidas básicas de higiene es fundamental para evitar los contagios.
En África, gran parte de la población no tiene acceso ni a la televisión ni a internet. Por eso, la radio es el canal principal de comunicación. En República Democrática del Congo, la Radio Ditunga, que llega a unos 5 millones de personas, ha organizado un programa escolar, ya que las escuelas están cerradas desde marzo. “Esta es una experiencia totalmente nueva en nuestro entorno”, admite el Padre Apollinaire Cibaka.