SEÑOR DIRECTOR
Hemos vivido semanas difíciles, de demandas legítimas y también de mucha violencia. Hemos hablado de iniquidad y de abusos y quisiera pedir además que ahora nos detengamos por un momento en otro dolor: el ataque a iglesias de distintas confesiones que hemos visto incrementarse durante las últimas semanas. Quizá el incendio de la parroquia Veracruz en Santiago sea el más difundido, pero no es el único.
Justamente porque no se trata solo de bancas, bienes materiales o de inmuebles, estos ataques van mucho más allá del daño material porque afectan un derecho humano esencial: la libertad religiosa, consagrado así en el artículo 18 de la Convención de Derechos Humanos de Naciones Unidas de 1948. Este derecho protege lo más profundo y trascendente de una persona, su libertad de creer o no creer, y de practicar libremente su fe en privado y en público. Es por eso que estos actos de violencia no solo agreden a las personas, sino que afectan de manera profunda a toda la comunidad, que pierde desde su lugar de reunión y encuentro hasta la paz y seguridad para orar.
El ataque a iglesias también daña un patrimonio intangible, ya que los templos guardan la memoria de hitos fundamentales en la vida de los feligreses, de momentos de alegría y de pena como lo son bautizos, matrimonios y funerales. En definitiva, la historia de toda una comunidad.
Necesitamos con urgencia reconstruir confianzas y volver a reencontrarnos en fraternidad, comenzando por mirarnos a los ojos y respetarnos creyentes y no creyentes en Dios.
Magdalena Lira Valdés