“Cuando era adolescente, solo había tres lugares donde podías encontrarme: en mi hogar, en la escuela y en la iglesia”, nos cuenta.
“La iglesia era el lugar donde me sentía realmente en casa, y era feliz estando allí para rezar, para servir en la misa, para escuchar las homilías, para aprender algo en la catequesis o en los cursos para monaguillos, y para encontrar al Señor, presente en el tabernáculo y en cada hermano y hermana que podía encontrar allí. Iba a la iglesia con ganas y servía de monaguillo con todo mi corazón”.
Pero había un problema: la mayoría de los monaguillos no podían servir en la Misa durante la semana. Yves relata: “Algunos vivían lejos de la iglesia, y era peligroso que salieran de casa a las 5:00 o 5:30 para la Misa de las 6:00, porque todavía estaba oscuro y eran demasiado jóvenes para salir solos. Otros no podían acudir porque su escuela estaba lejos y tenían que salir temprano para llegar a tiempo a clase, y algunos no podían servir en la Misa temprano porque sus padres no se lo permitían durante el año escolar, ya que tenían que estudiar y realizar sus tareas matutinas en casa. Por esta razón, el sacerdote estaba muy a menudo solo frente al altar durante la Misa. Ante esta situación, tomé la decisión de ir a Misa todos los días, me asignaran o no, lloviera o no (porque la época de lluvias era otro motivo importante por el que los monaguillos no acudían). Mi cercanía al Señor y al servicio en la iglesia hicieron que tomara conciencia de algo grande: Dios mismo estaba detrás de mi motivación para servirle. Cuanto más me comprometía a servirle, tanto más me atraía y me convencía de que estaba en el lugar correcto. Además, me di cuenta de la necesidad e importancia de un sacerdote para todo el mundo. Así, mi deseo de ser banquero se transformó poco a poco en un deseo mayor: ser sacerdote”.
Su madre se opuso al principio, porque tenía otros planes para él: quería que hiciera una carrera y que formara una familia. Al final, sin embargo, aceptó su deseo, lo que Yves considera una gracia. Su conclusión del viaje vocacional que ha recorrido hasta ahora es:
“Solo tenemos que amar a Jesús, ser sinceros y honestos con Dios y con nosotros mismos, y servirle siempre de todo corazón. Si lo hacemos, nuestra vida será conforme a la voluntad de Dios, porque nadie puede apartarnos de la mano de Dios”.
Para que Yves y sus compañeros puedan seguir su vocación, apoyamos este año la formación de los 28 jóvenes religiosos con $ 10.029.712 (11.200 euros).