El 6 de agosto de 2014, terroristas del EI arrasaron y conquistaron los asentamientos cristianos de la llanura de Nínive, al norte de Irak. Más de 125.000 cristianos tuvieron que huir con lo puesto. Muchos de ellos encontraron refugio en la ciudad de Erbil. Durante los siguientes tres años el arzobispo católico caldeo de esa ciudad, Mons. Bashar Matti Warda, fue uno de los pilares para la sobrevivencia de la comunidad hasta que, a principios de 2016, las fuerzas iraquíes y sus aliados pudieron recuperar los territorios, y decenas de miles de cristianos desplazados regresaron a las ruinas que quedaban de sus ciudades natales. Otros decidieron quedarse en Erbil o emigrar del país.
La fundación Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN) conversó con Mons. Warda, testigo de primera mano de todos estos sucesos históricos.
Han sido cinco años de calvario. Mirando hacia atrás, ¿ha sacado alguna lección de todo lo que han sufrido?
(…) Me gustaría aclarar que somos un pueblo que ha soportado la persecución con paciencia y fe durante 1.400 años y que ahora afronta una lucha existencial, nuestra batalla definitiva en Irak. La causa más inmediata es el ataque del EI, que ocasionó el desplazamiento de más de 125.000 cristianos de tierras históricas y que nos dejó, en una sola noche, sin refugio, sin trabajo ni propiedades, sin iglesias ni conventos, sin la posibilidad de participar en ninguna de las cosas normales de la vida que otorgan dignidad; visitas familiares, celebración de bodas y nacimientos, compartir penas. Nuestros opresores confiscaron nuestro presente mientras intentaban borrar nuestra historia y destruir nuestro futuro. Esta fue una situación excepcional, pero no aislada, que pasa a formar parte del ciclo recurrente de violencia en Medio Oriente desde hace más de 1.400 años.
Hoy en día, tal vez solo quedemos 250.000 (cristianos), tal vez menos, y los que quedamos debemos estar preparados para el martirio.
Los cristianos iraquíes están regresando de nuevo a sus pueblos. ¿La situación está mejorando? ¿Cómo es la vida de los cristianos y demás minorías?
Todavía hay grupos extremistas, cada vez más numerosos, que afirman que matar a cristianos y yazidíes ayuda a difundir el Islam. Al adherirse estrictamente a las enseñanzas coránicas, prescriben la condición de dhimmi (ciudadanía de segunda clase) a las minorías, permitiendo la confiscación de propiedades y la aplicación de la yicia, el impuesto islámico…
En los países occidentales ustedes son iguales ante la ley. Este principio básico de la vida europea y americana es el fundamento del orden civil cristiano, en el que todos somos hijos de un Dios amoroso, creados a Su imagen y semejanza, lo cual nos confiere dignidad a todos y nos insta al respeto mutuo. La seguridad civil nace de una visión del mundo que valora a cada ser humano no por su posición o función, sino simplemente por el hecho de ser humano. Esta visión ha sido el gran regalo de la tradición judeo-cristiana. Reconstruir la sociedad civil significa reconstruirla para todos. Cada uno ocupa un lugar y cada uno tiene la oportunidad de prosperar.
¿Tiene el cristianismo en Medio Oriente una misión profética?
El mío es un papel misionero: dar testimonio diario de las enseñanzas de Cristo, mostrar la verdad de Cristo y dar ejemplo vivo a nuestros vecinos musulmanes de un camino hacia un mundo de perdón, de humildad, de amor y de paz. Para que no haya confusión, no estoy hablando de conversión. Más bien estoy hablando de la verdad fundamental del perdón que los cristianos de Irak podemos compartir, y que podemos compartir desde una posición de claridad moral históricamente única. Nosotros perdonamos a aquellos que nos asesinan, que nos torturan, que nos violan, que buscan destruir todo lo que tiene que ver con nosotros. Nosotros los perdonamos. En nombre de Cristo, los perdonamos. Y así les decimos a nuestros vecinos musulmanes: aprendan esto de nosotros. Permitan que los ayudemos a sanar. Sus heridas son tan profundas como las nuestras. Nosotros lo sabemos. Rezamos por su curación. Curemos juntos a nuestro herido y torturado país.
Quizá la pregunta más dolorosa: ¿Estamos ante el fin del cristianismo en Irak?
Podría ser. Reconozcámoslo. En los años precedentes a 2003 llegamos a ser hasta un millón y medio de creyentes: el seis por ciento de la población iraquí. Hoy en día, tal vez solo quedemos 250.000, tal vez menos, y los que quedamos debemos estar preparados para el martirio.
Al final, todo el mundo se enfrenta a un momento de verdad. ¿Se permitirá que un pueblo pacífico e inocente sea perseguido y eliminado por su fe? Y, por no querer decirles la verdad a los perseguidores, ¿será el mundo cómplice de nuestra eliminación? El mundo debería entender que en nuestro camino hacia la extinción no vamos a continuar en silencio. A partir de ahora diremos la verdad y viviremos la verdad, abrazando plenamente nuestro testimonio y misión cristianos, para que, si algún día desaparecemos, nadie pueda decir: ¿cómo pudo ocurrir esto? Los cristianos somos un pueblo de esperanza. Pero el hecho de afrontar el final también nos aporta claridad, y con ello, el valor de decir finalmente la verdad. La esperanza de permanecer en nuestra antigua patria depende ahora de nuestra capacidad y la de nuestros opresores – y del mundo entero – de admitir estas verdades. La violencia y la discriminación contra los inocentes deben cesar. Aquellos que las predican deben detenerse. Los cristianos de Irak, que hemos afrontado 1.400 años de persecución, violencia y genocidio, estamos dispuestos a elevar la voz y a dar testimonio ante nuestros opresores y el mundo, independientemente de las consecuencias.
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