Este año en octubre el Papa Francisco canonizó a Monseñor Romero, mártir de la fe, asesinado mientras celebraba la Eucaristía. Cómo él son muchos los sacerdotes, religiosos y misioneros que han entregado su vida por difundir el Evangelio.
En el año 2018 han sido asesinados en todo el mundo 40 misioneros, casi el doble con respecto a los 23 del año anterior, además la mayoría de ellos eran sacerdotes, es decir 35. Es decir, más de tres asesinatos al mes. Por otra parte, mientras en los últimos ocho años consecutivos el número más alto de misioneros asesinados fue en América, en este 2018 ha sido África el continente que se ha adjudicado el primer puesto en esta dramática clasificación.
Para el diario vaticano L’Osservatore Romano este incremento hace que el año que termina puede calificarse de “annus horribilis”. También hay cerca de tres mil cristianos asesinados en las persecuciones, la mayoría en países musulmanes.
Son por lo tanto cristianos que han muerto a causa de su fe en Cristo y por difundir el Evangelio. La cifra “es preocupante”, pues es “la más alta del siglo”.
El más alto número de sacerdotes asesinados ocurrió en el año 1994, con 124 sacerdotes, pero de ellos la gran mayoría (104 sacerdotes) perdieron la vida en la sanguinaria guerra étnica que tuvo lugar en Ruanda.
Según los datos recogidos por la Agencia Fides, en 2018 han sido asesinados 40 misioneros: 35 sacerdotes, 1 seminarista y 4 laicos. En África han sido asesinados 19 sacerdotes, 1 seminarista y 1 laica (21); en América han sido asesinados 12 sacerdotes y 3 laicos (15); en Asia han sido asesinados 3 sacerdotes (3) y en Europa ha sido asesinado 1 sacerdote (1).
Cuando usamos la palabra “misionero” refiriéndonos a los bautizados, lo hacemos conscientes de que “en virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28,19). Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador” (EG 120). Por lo demás, la lista anual de Fides desde hace ya tiempo, no se refiere sólo de los misioneros ‘ad gentes’ en sentido estricto, sino a todos los bautizados comprometidos en la vida de la Iglesia, asesinados de forma violenta, no necesariamente “por odio a la fe”. Por este motivo preferimos no utilizar la palabra “mártires”, si no sólo en su sentido etimológico de “testigos” para no entrar en el juicio que la Iglesia podrá dar posteriormente sobre algunos de ellos.
Este año también han sido asesinados muchos durante intentos de secuestro o robo, realizados con gran ferocidad, en contextos de pobreza económica y cultural, de degradación moral y ambiental, donde la violencia y el desprecio por la vida misma son casi lo habitual, donde la autoridad del estado no está presente o se ha visto debilitada por la corrupción y los compromisos, o donde la religión es instrumentalizada para otros fines.
En todas las latitudes del mundo, los sacerdotes, las religiosas y los laicos comparten la vida cotidiana de la gente común, llevando consigo su testimonio evangélico de amor y de servicio hacia todos, como signo de esperanza y de paz, tratando de aliviar el sufrimiento de los más débiles y alzando la voz en defensa de sus derechos pisoteados, denunciando la maldad y la injusticia. Llegando incluso a permanecer en sus puestos, por fidelidad a su compromiso, a pesar de los peligros, ante situaciones de gran riesgo para su propia seguridad y de la advertencia de las autoridades civiles o de sus superiores.
Es esa actitud la que lleva a nuestros misioneros a poner en riesgo sus vidas por llegar a los más desvalidos, por tender una mano misericordiosa.