“Ser sacerdote en Nigeria implica el peligro de ser secuestrado”, explica el padre Andrew, que toma precauciones: nunca avisa con antelación de sus planes de viaje y no lleva sotana en las zonas peligrosas. Algunos compañeros suyos han sido secuestrados, él mismo se vio en una ocasión en una situación de peligro cuando su auto se averió en una carretera comarcal y un hombre sospechoso subido a una moto lo adelantó y luego lo rodeó examinándolo de cerca. El sacerdote tuvo que salir huyendo a la selva.
No obstante, los autos ofrecen más seguridad que las motos, que son las que ahora utiliza para llevar a cabo su labor pastoral.
“Para llegar a la gente y para que uno sea eficaz en su ministerio, se necesita un buen medio de transporte. Dependemos de ello a la hora de visitar a nuestros feligreses, que a menudo se quedan completamente aislados por la lluvia o por el estado de las carreteras”, explica a Ayuda a la iglesia que Sufre (ACN). Otro factor es la seguridad vial básica, ya que “debido al estado de nuestras carreteras, el riesgo de sufrir un accidente que puede ser mortal es alto”.
En los últimos años, Nigeria se ha vuelto un país peligroso porque en muchas regiones ha surgido una industria del secuestro. Los delincuentes asocian a la Iglesia católica con riqueza y por ello se fijan especialmente en el clero. Creen que así obtendrán dinero, a pesar de que los obispos aplican una estricta política de no pagar rescates.
Una diócesis joven que está creciendo
La diócesis de Panchin en Nigeria se erigió hace menos de una década, desde entonces, y a pesar de la escasez de fondos, allí no han parado de construir iglesias, escuelas, hospitales y clínicas para atender las necesidades de la población católica. Los católicos de esa zona del norte del país son una minoría, pero están llenos de celo apostólico.