Entre las cosas que Mélitène y Dorothée aportaron a sus hijos está la fe en la que todos fueron criados. Jean-Claude recuerda que su fe comenzó en la familia: “Nací en una familia católica practicante y me bautizaron a los cinco años”.
Los sacerdotes misioneros que atendían a su comunidad le impresionaron mucho y, en cuanto pudo, comenzó a servir en Misa. La idea de convertirse en sacerdote estaba cerca de su corazón, aunque competía con otro sueño: el de ser médico.
“Ya me había matriculado en la universidad para estudiar Medicina, cuando recibí la carta de admisión al seminario. No sabía qué hacer. Antes de que llegara esa carta tenía las cosas claras, pero cuando llegó la carta, todo cambió y empecé a preguntarme que debía hacer”.
Entre el deseo de servir a su comunidad con bata de médico o con sotana, prevaleció lo segundo. Como sacerdote, pensó, podría llevar algo más que medicinas a quienes necesitaran ayuda. “Quería estar listo para servir a Cristo anunciando la Buena Nueva, el Evangelio que trae la alegría, especialmente en un entorno donde mucha gente sufre y ni siquiera tiene cubiertas sus necesidades básicas. Pero también esperanza. Voy a ser sacerdote para llevar consuelo a los que sufren, para administrar los sacramentos y para anunciar la esperanza a los que lo han perdido todo. Ese es mi principal objetivo”.