Evidentemente, el Estado no es capaz de satisfacer las necesidades más básicas de la población. ¿Puede la Iglesia ayudar en esto?
La Iglesia es un signo de paz y esperanza para el pueblo de Sudán del Sur. Ha sido y es un referente en educación y salud. Hacemos todo lo posible para que la gente tenga comida y agua potable. Intentamos animar a la gente a cultivar la tierra para poder mantenerse. Enseñamos a las personas a tener confianza en sí mismas y a defender sus derechos.
Sudán del Sur es rico en recursos naturales. Pero los únicos que se benefician de estos recursos naturales son las élites. Usted está en contacto con el presidente de su país. ¿Ha entablado un diálogo con usted?
A veces, la riqueza también resulta ser una maldición. En Sudán del Sur se produce petróleo, pero los ingresos no llegan a la población. Hay diálogo entre los obispos y el presidente y otras autoridades. Esperamos que, a través de este diálogo, podamos provocar un cambio de mentalidad. Mientras tanto, el gobierno ha empezado a construir nuevas carreteras y nuevos hospitales. Creo que esto es fruto de nuestro diálogo.
Los líderes de Sudán del Sur empezaron siendo señores de la guerra. Ahora tienen que ser líderes civiles. ¿Se toman en serio esta responsabilidad?
Los responsables empiezan a darse cuenta de que no les conviene seguir comportándose de forma irresponsable. Como Iglesia, podemos centrar su enfoque en esta responsabilidad. El presidente Salva Kiir Mayradit nos ha dicho que no volverá a la guerra. Espero que haya dicho la verdad.
Tras muchos años de guerra civil, Sudán del Sur es un país dividido. ¿Qué hace la Iglesia para reconciliar al pueblo?
En cada diócesis, hemos creado nuestros propios departamentos de Justicia y Paz. Intentamos educar a la gente en la unidad y la cooperación. Nuestro problema es el tribalismo, un tribalismo que ha destruido el tejido de nuestras vidas. Trabajamos duro para producir un cambio en nuestro pueblo mediante la reconciliación y el diálogo, para que la gente entienda que todos somos hermanos.
En un país tan dividido por la guerra civil, es un signo de esperanza que al menos los obispos de Sudán y Sudán del Sur nunca se hayan separado. ¿Cuál es la situación actual?
Los obispos del Norte y del Sur están unidos. Esta unidad nos ayuda a unir nuestras ideas para resolver los problemas candentes de Sudán y Sudán del Sur. Intentamos presionar a nuestros gobiernos. Tienen que cambiar su actitud hacia el pueblo.