Ya suben las paredes, ya se adivina un poco lo que ella será... Paso instantes esperanzados en ella, porque la siento preñada de futuro... ¡Como si ese monte de cemento estuviese gritando, allí en su quietud, como un profeta herido a toda esta terrible realidad, que el mundo futuro es de Dios!
Cuando llegué a Mahate, la primera misión de la ciudad de Pemba, donde llegaron los primeros misioneros, y se instalaron en medio de un pueblo con ya mil años de tradición islámica, mi comunidad era un pequeño resto de pobres de Dios, y con muy poca comprensión de las cosas de Dios... La misión tenía el título de casi-parroquia, porque no llegaba a cumplir lo necesario para serlo.
Los más cercanos me pedían un templo, porque usábamos el garaje de la vieja casa de los misioneros como capilla. Pero al menos los primeros dos o tres años no necesitamos más espacio... Los domingos empezaron a llegar más cristianos porque las familias aumentaban por varios motivos. Siempre respondí lo mismo. Necesitamos piedras vivas, no muertas... Y fueron estas, las que, sin duda, el Espíritu fue llamando...