Un pedacito de Cielo
La otra influencia directa en la espiritualidad de la Hermana Gloria viene de la Beata Caridad Brader, fundadora de las Franciscanas de María Inmaculada, una religiosa suiza que llegó a tierras americanas con el ánimo de llevar el amor de Dios a las regiones más apartadas.
A finales del siglo XIX, la beata tuvo que huir del Ecuador hacia Colombia, a causa de la persecución a la Iglesia por parte de Eloy Alfaro. En este último país, durante la Guerra civil de los Mil días (1899 – 1902), Caridad Brader tomó la decisión de cerrar los colegios de su comunidad para convertirlos en hospitales y así atender a los heridos en batalla, demostrando cómo actuar según las circunstancias, desde el amor de Dios:
“bien humana, bien cercana, y respondiendo a los desafíos del momento”, remarca la Hermana Gloria Cecilia Narváez.
De acuerdo con esto, la Hermana Gloria cree que ellas están llamadas a dar respuesta a todas las necesidades que viven nuestros hermanos, especialmente los más sufrientes, y
“hacer de sus comunidades un pedacito de Cielo”, como insistía la Madre Caridad.
Mujeres fuertes, familias fuertes
La comunidad de las Franciscanas de María Inmaculada lleva más de 25 años en Malí, y una de sus principales preocupaciones es la promoción de las mujeres, haciendo especial énfasis en la alfabetización, pues en este país la educación para ellas es prácticamente inexistente. Se ingeniaron distintas maneras para enseñarles a leer y escribir, así como matemáticas básicas; posteriormente las instruyeron en oficios básicos de agricultura y modistería, de tal modo que poco a poco fueran fortaleciendo su independencia con el fin de llegar a ser autónomas para sostenerse, cumpliendo el ciclo de producir y comerciar; incluso desarrollaron un programa de microcrédito para capacitarlas en el manejo de sus finanzas.
Por otra parte, también consiguieron el apoyo de profesionales de salud para que instruyeran en el cuidado de las distintas etapas del embarazo, tanto a las madres como a los padres.
Este trabajo fue tan relevante que también impactó a los hombres, pues veían el avance de sus compañeras, y eran ellos mismos los que ocasionalmente venían a pedir ayuda a las religiosas para que les enseñaran algunas labores domésticas, de tal modo que pudieran ejercer el cuidado de los hijos pequeños si las mujeres llegaran a faltar.
Así, cuando las madres fallecían en el mismo parto o apenas unos pocos días después -algo que infortunadamente ocurre con frecuencia en Malí y otros países africanos-, dejando solos a sus hijos muy pequeños, los hombres se preocupaban y encargaban a las hermanas el cuidado de los bebés, mientras podían hacerse cargo de ellos; las misioneras lo hacían con mucho gusto, pero comprometían a los hombres a estar pendientes de los niños y les pedían ir a visitarlos con frecuencia y compartir tiempo con ellos, cosa que se cumplía en todos los casos, pues se generaba un vínculo de responsabilidad compartida, gracias a la labor de las religiosas.
Cariño sin reloj
Un corto video en el que se ven algunas decenas de personas de la parroquia de Karangasso, en el sur de Malí, celebrando eufóricamente la liberación de la Hermana Gloria, da cuenta del cariño auténtico que siente la gente por estas misioneras católicas, de quienes experimentan una presencia fraternal, de escucha constante.
En la cultura maliense no hay prisas, no se mira el reloj, y estas religiosas lo asimilaron perfectamente, entregando toda su disposición y su tiempo para atender a las personas y conversar con ellas. Los recibían a cualquier hora del día o de la noche, los escuchaban, trataban de ayudarlos con sus problemas, les enseñaban a lidiar con las dolencias menores de los niños. Incluso programaban tardes culturales con pequeñas muestras de teatro, canto y danzas, a las que también asistían algunos jefes musulmanes de las aldeas.
Por su parte, las familias las recibían en sus casas y compartían su comida con ellas; por ejemplo, en el cierre del Ramadán (en el islam, mes de ayuno que termina con una gran fiesta), eran invitadas a celebrar en sus casas, y había siempre un trato muy cercano. “No había portones cerrados, ni muros”, dice la Hermana Gloria.
Igualmente, esta era una ocasión para evangelizar a su manera, pues la Hermana les decía que todo este trabajo y la relación fraternal con las distintas personas no era obra de una u otra religiosa, sino que todo era gracias a Dios, quien es el dador de todas las bendiciones: “No fue Gloria, ni Clarita, ni Sofía, Dios lo hizo todo”.
Calla, para que Dios te defienda
En medio de su largo cautiverio, padeciendo severos maltratos, tuvo espacio para reflexionar sobre muchas cosas, su condición religiosa, su trabajo como misionera, y pudo comprender su secuestro como una verdadera oportunidad, lo que habla claramente del temple y la madurez de la fe que ostenta una persona como la Hermana Gloria Cecilia: “Es una oportunidad que Dios me da para ver mi vida, cómo ha sido mi respuesta a Él… una suerte de Éxodo”.
Y en ese éxodo también la acompañó el ejemplo de San Francisco, con la oración de la paz, la perfecta alegría, la bendición a todos, incluso cuando la maltrataban, y allí recordaba al santo: “considera esto como una gracia”.
Cada nuevo día era una oportunidad más para dar gracias a Dios por la vida, en medio de tantas dificultades y peligros: “Cómo no alabarte, bendecirte y darte gracias, Dios mío, porque me has llenado de paz ante los insultos y los maltratos”. Agradecía cada pequeña cosa, por ínfima que pareciera.
Frente a los padecimientos, muchas veces recordaba las enseñanzas de la Beata Caridad Brader: “calla, para que Dios te defienda”, y de su madre, Rosa: “siempre serena, Gloria, siempre serena”. Incluso en momentos en los que la golpeaban sin ninguna razón, o simplemente por estar haciendo sus oraciones, se decía a sí misma: “Dios mío, es duro estar encadenada y recibir golpes, pero vivo este momento como Tú me lo presentas… Y a pesar de todo, yo no quisiera que a ninguno de estos señores (sus captores) les hicieran daño”.
En alguna ocasión sintió la necesidad de retirarse un poco del campamento en el cual estaba secuestrada para alabar al Todopoderoso en voz alta, y así lo hizo, recitando algunos de los salmos, además de algunas oraciones de San Francisco. Uno de los jefes de la escuadra que la cuidaba se molestó por esto y fue a traerla de nuevo; mientras la regresaba al lugar la golpeaba e insultaba a ella y a Dios (a la Hermana Gloria se le quiebra la voz al contar lo siguiente): “a ver si ese tal Dios te saca de aquí, pero me lo decía con palabras muy fuertes, muy feas… yo me estremecía en el alma de lo que esta persona decía, y los otros guardias se burlaban a carcajadas con estos insultos; yo me acerqué y le dije con seriedad: mire, jefe, por favor, más respeto para con nuestro Dios, Él es el Creador y de verdad a mí me duele mucho que usted se exprese de Él de esa manera”. Entonces los captores se quedaron mirando entre ellos, como tocados por la fuerza de este reclamo sencillo, pero lleno de fuerza, y uno de ellos dijo: “esa como que tiene razón, no sigas hablando así de su Dios”, y se callaron.
Enseguida, como muchas otras veces, la Hermana Gloria oraba diciendo: “Señor, te pido que ellos se llenen de tu paz. Eres Tú, Señor, quien nos da la gracia de mirarlos con misericordia, como Tú nos miras… Concédeme ser un instrumento de tu paz”.
La religiosa cuenta al menos cinco momentos en los que está segura de la intervención concreta de Dios o de la Santísima Virgen protegiéndola en trances difíciles, como cuando una gran víbora varias veces rodeó por completo el lugar donde dormía, pero no se acercó a ella; o cuando un guardia muy grande y fornido se interpuso repentinamente ante otro que estaba a punto de cortarle las venas.