El país vivía ya, antes de la pandemia del COVID, una grave crisis sanitaria debido a la falta de medicinas, al éxodo de médicos y enfermeras que han emigrado buscando mejores condiciones de vida, al deterioro de los hospitales, a la ausencia de un auténtico sistema público de salud que dé respuestas certeras a los problemas. El COVID ha venido a agravar la situación. Ahora, estamos en una tercera ola y en una fuerte curva de aumentos de los contagios y muertes, incluidos 43 sacerdotes, entre ellos el obispo de Trujillo, Mons. Oswaldo Azuaje, y el cardenal Jorge Urosa. En los ambulatorios y hospitales católicos nos hemos puesto al servicio de los más necesitados y de los contagiados del virus. Tenemos necesidad de apoyo para renovar los equipos y para contar con las medicinas que requieren nuestros enfermos.
¿Consigue mantener el contacto con los refugiados venezolanos? ¿Pierden ellos el vínculo con la Iglesia cuando llegan a un país extranjero?
Los emigrantes venezolanos se acercan a los siete millones. Es la migración más numerosa de la historia moderna realizada en menos de una década. La vida de todo migrante es siempre difícil y dolorosa. La gente no deja su país porque quiere, sino huyendo del hambre, de la violencia, de la guerra, de la falta de condiciones dignas de vida, de la pérdida de futuro. Ya hay comunidades más o menos organizadas de venezolanos en los distintos países donde han llegado, donde encuentran orientación y ayuda.
Nuestro pueblo venezolano es profundamente religioso, cree en Dios, tiene una gran devoción por la Virgen María en sus distintas advocaciones, siente la cercanía del beato José Gregorio Hernández, médico de los pobres. De las pocas cosas que caben en la maleta del migrante venezolano es la fe en Dios. Al llegar a los nuevos países buscan a la Iglesia católica. Las Iglesias de los diferentes países los han acogido con cariño. Les están brindando ayuda a través de los programas sociales de Cáritas de atención a los migrantes. Nos dicen algunos obispos que muchas de sus parroquias se han renovado pastoralmente con la contribución y participación de los migrantes venezolanos. Nos alegramos por ello y pedimos a todas las diócesis que los valoricen y los integren en sus comunidades. Como aconteció con la primera comunidad cristiana (cf. el capítulo 8 de los Hechos de loa Apóstoles), la diáspora de los discípulos permitió que creciera la Iglesia por el anuncio del Evangelio de los migrantes.
Para nosotros es importante lograr la solución de los problemas del país, para detener la migración masiva que nos empobrece aún más, pues la mayoría de los migrantes son jóvenes. Si se lograran las condiciones adecuadas, no solo los venezolanos sino todos los migrantes regresarían a sus lugares de origen, pues para todas las gentes no hay mejor país que el propio.
Por último, ¿qué espera de la Iglesia universal? ¿Cuáles son sus necesidades más importantes?
Esperamos que las Iglesias hermanas de otros países no nos dejen solos. Que se acuerden de los pueblos que más sufren, con la oración y con la cooperación para seguir acompañando a los pobres en sus necesidades: alimentación, salud, educación, formación laboral… pero también en el sostenimiento de la necesidades espirituales. Por tanto, colaboración para que los sacerdotes y religiosas podamos quedarnos entre el pueblo, para que las iglesias consigan su mantenimiento mínimo y los centros sociales, esperanza de los pobres, donde compartimos el pan no tengan que cerrar. Gracias por toda la colaboración de ACN, en ella descubrimos que, de verdad y en gestos concretos, somos una Iglesia católica, que es lo mismo que decir universal porque es fraterna.