comenzó a recorrer las zonas más necesitadas de Río de Janeiro. Allí, se encontró con una violencia latente incluso en los niños, a los que se involucraba en el tráfico de drogas. De hecho, en un solo mes, 36 jóvenes fueron asesinados en su parroquia.
El P. Renato se dio cuenta de que esto era el resultado de que los niños no habían tenido “la experiencia más importante del ser humano: la filiación. Si esta experiencia no se produce de forma positiva, el niño no se cría de forma armoniosa y desarrolla carencias que intenta, sin éxito, compensar con drogas y otras cosas. Estos niños que no han sido ‘hijos’ deben vivir la experiencia de ser amados para empezar a amar”.
Muy preocupado por todo lo que veía allí, en 1982 un grito de socorro llegó a la casa del P. Renato: “El primer grito de ayuda que nos llegó fue del Pirata, un niño sin padres que vivía en la calle casi como un perro y consumía drogas para tratar de matar el hambre de su corazón”. Este niño le dijo al P. Renato: “Padre, no quiero morir, me han disparado, me van a matar”. La sangre corría por su cuello. Lo acogí, y al sentirse amado ya no quiso tomar drogas ni robar, hizo catequesis y empezó a trabajar. Por desgracia, un día el chico fue asesinado por un escuadrón de la muerte. Entonces, el P. Renato pensó que tenía que crear algo nuevo para estos niños. Así surgió la idea de la Casa del Menor de San Miguel Arcángel.
“Empecé a acoger a esos chicos, primero en mi casa, luego en la veranda y luego en el garaje. Mi pequeño coche podía pasar la noche y “dormir” fuera pero Jesús, que estaba dentro de estos chicos, no. Así comenzó mi aventura”.
Al día de hoy, más de 100.000 niños y jóvenes han pasado por la Casa del Menor, que los acoge en hogares, les permite continuar sus estudios y les procura momentos con Dios, buscando así la inserción en la sociedad.
“No somos un refugio, ¡somos el hogar, la