Después de dos años de cautiverio en el desierto entre Níger y Malí, el misionero italiano P. Pierluigi Maccalli, que fue recibido por el Papa el pasado 9 de noviembre, contó su testimonio en una entrevista realizada el 10 de octubre a las pocas horas de su liberación por SMA Media Center.
Ayuda a la Iglesia que Sufre resume aquí la impresionante conversación realizada para la Sociedad de Misiones Africana, congregación a la que pertenece el Padre Maccalli.
“Me resulta difícil hablar porque después de un largo período de silencio, me encuentro ahora en este mundo en el que prima la velocidad y la palabra”. Estas eran las primeras palabras del padre Pierluigi después de su puesta en libertad que vivió con mucha alegría y emoción, pero que también como un momento de confusión.
Todo comenzó el 17 de septiembre de 2018. “Había sido un lunes tranquilo. Había celebrado la eucaristía y cenado, después me había retirado como de costumbre para preparar la misa de la mañana. Cuando oí un ruido, pensé que sería alguien que venía a recoger medicamentos del almacén. Al salir, me encontré frente a hombres armados con fusiles que me ataron las manos a la espalda. Pensé que eran ladrones. Les di el dinero que llevaba encima, pensando que así se solucionaría la situación. Todo sucedió rápidamente. Me habían pillado de sorpresa y no estaba preparado para lo que me iba a pasar”.
Durante su cautiverio, los secuestradores lo trataron bastante bien. “Digamos que nunca me hicieron daño ni me pegaron. Bueno, hubo algunas palabras algo hirientes. Yo estaba preparado incluso para morir, pero constaté que esa gente me respetaba, me llamaban ‘el viejo’. Su objetivo era más bien convertirme al islam. Sentí presión psicológica pero no sufrí maltrato físico”.
El religioso italiano cuenta que hubo varios momentos difíciles, sobre todo los largos días y noches de caminata por el vasto desierto a lo largo del río Níger. El P. Maccalli sintió entonces una angustia extrema, una gran soledad ante esa inmensidad. “¿Adónde vamos? ¿Dónde estamos?, preguntaba yo. Allí lloré, me sentí perdido. Y preguntaba:
‘Señor, ¿dónde estás?’ [Llora]. Nunca he tenido miedo, gracias a Dios, nunca me he sentido abandonado. Pero ¡sí!, clamé a Dios, me enfadé con Él, pero sentía que Él estaba allí, que era la única presencia que me sostenía”.
Sus días eran monótonos y el tiempo transcurría lento. “Tan pronto como me quitaban las cadenas, rezaba el rosario que me había hecho con un pequeño cordel mientras caminaba. Cocinaba un poco. En la última etapa, estaba en compañía de otro rehén con el que hablar. También teníamos un pequeño aparato de radio”.
“En la tarde del 6 de octubre, un hombre llegó en coche gritando: ‘¡Liberación!’ Así que nos fuimos el 8 de octubre después de la oración musulmana. Nos encontramos con la rehén francesa Sophie Petronin y Soumaila Cissé, un político maliense”.