incluso en los pueblos cristianos del sur. Además, se animaba a los jóvenes musulmanes a casarse con mujeres cristianas para convertirlas y tener hijos que a su vez fueran musulmanes… Pero este fenómeno se detuvo con la caída del régimen libio. No obstante, en los lugares donde conviven cristianos y musulmanes, existe una presión para convertirse al islam. En el ámbito laboral, en particular, a menudo es más fácil encontrar socios comerciales cuando eres musulmán. Por el contrario, es muy difícil para un musulmán convertirse en cristiano y los que dan el paso suelen ser repudiados por sus familias.
En cuanto al terrorismo yihadista, del tipo que propugnan grupos como Boko Haram, la Administración chadiana lo combate eficazmente en su territorio con el apoyo del ejército francés. Por consiguiente, es una amenaza menos presente que en otros países limítrofes.
¿Podemos decir, por tanto, que la situación de los cristianos en el Chad es mejor que en los países vecinos?
En gran medida sí, aunque la Administración no esté a nuestro favor y tienda a minimizar nuestra importancia. Por ejemplo: las cifras oficiales del número de cristianos chadianos presentadas por nuestro Gobierno se basan en el censo de 1983. ¡Quieren hacer creer a la gente que Chad es un país musulmán!
¿Cuál es la situación de la Iglesia católica en el Chad?
Nuestra Iglesia no tiene siquiera 100 años, y, al igual que todo el país, es joven y dinámica, con muchos bautismos. Por otro lado, carecemos de vocaciones sacerdotales. Para muchos jóvenes, son demasiados estudios para muy poco rendimiento. Los cristianos chadianos descienden de los animistas y hay buenas relaciones entre ambos. A los que miran el animismo con suspicacia que debemos resistir la tentación de hacer tábula rasa con el pasado. Muchos de los valores del animismo y el cristianismo son compatibles.
¿Podría decirnos cómo tomó la decisión de convertirse en sacerdote?
Le debo mucho a mi padre, un catequista. Cuando era adolescente, a los 14 o 15 años, perdí el interés por la Iglesia. Empecé a arreglármelas para no ir a misa, pero mi padre se dio cuenta y me envió a casa de mi hermano mayor para enderezarme. En casa de mi hermano mayor cazaba, pescaba y cultivaba plantas, pero no estudiaba. Algo me faltaba y pedí volver a casa de mi padre. Creo que ese período de ruptura fue beneficioso, porque cuando regresé, empecé a interesarme de nuevo por la Iglesia. Fui a inscribirme como ayudante de catequista, luego me uní al coro y a los movimientos juveniles. Cuando cumplí los 18 años, pedí ser sacerdote e ingresé en el seminario.