Durante treinta años, rodeada de una población mayoritariamente budista, la Iglesia Católica camboyana, con poco más de 20.000 creyentes, ha tratado de cultivar la fe, permaneciendo fiel a las enseñanzas de la Iglesia y, al mismo tiempo, haciendo accesibles las parábolas de Cristo a los aldeanos locales. Mons. Schmitthaeusler, vicario apostólico de Phnom Penh, la capital camboyana, explica: “Cuando llegué aquí era Navidad y pensé que sería bonito representar un belén. La gente está muy impresionada por cómo podemos actuar. Y vi que era el momento de montar un gran escenario y comenzar con lo que llamo evangelización a través del arte”. Para él, esto tenía sentido: “El pueblo camboyano lleva el arte en la sangre. Bailar y cantar es algo muy natural entre los niños y adultos”, señala, explicando cómo el rico patrimonio artístico y cultural de Camboya puede utilizarse para la evangelización.
El obispo insiste en la importancia del respeto mutuo entre las diferentes confesiones. Como la Biblia está traducida al jemer, es útil para el teatro. “La gente”, detalla, “viene y ve que respetamos su cultura. Muchos de ellos son budistas. Pero, paso a paso, pueden entender el significado del Evangelio”. Y añade que “así, poco a poco, podemos entender que las artes, la evangelización y el respeto a la cultura pueden llevarnos a entendernos”.
No obstante, la comunidad católica camboyana sigue cargando con el estigma de años de sufrimiento. Muchas iglesias fueron destruidas, otras profanadas. El P. Totet Banaynaz se refiere a una iglesia construida en 1881 por misioneros franceses, todavía en pie, pero que bajo el régimen de Pol Pot se convirtió en “un lugar totalmente profano que ya no suscitaba ningún respeto: un establo para vacas y más tarde un molino de arroz. Todo rastro sagrado ha desaparecido de esta iglesia”.
Hoy en día, resulta imposible renovarla sin ayuda externa. El sacerdote apela a aquellos que “quieren ser misioneros con nosotros”, y añade: “Tenemos algo que darles: el ejemplo de nuestra vida, de nuestra sencillez y de nuestro sufrimiento. Yo siempre les digo a mis creyentes: nadie es tan pobre que no pueda dar, y nadie es tan rico que no pueda recibir”.
Tras el reconocimiento oficial de los cristianos camboyanos en 1990, la libertad religiosa en el país quedó garantizada por la nueva Constitución de 1993. A nivel diplomático, el 25 de marzo de 1994, Camboya y la Santa Sede se reconocieron mutuamente. A raíz de estos acontecimientos, se permitió que los misioneros extranjeros regresaran a Camboya, y en julio de 1995 tuvo lugar la ordenación del primer sacerdote camboyano en 22 años. Durante todo ese período, ACN ha venido proporcionando un constante apoyo pastoral a la renovación de la Iglesia católica camboyana.