Santa Josefina Bakhita fue una precursora y su labor la condujo a los caminos de la santidad. Hoy la recordamos y pedimos su intercesión para tantos, que como ella, hoy -en pleno siglo 21- se ven enfrentados a situaciones aún más adversas.
Fue canonizada el primero de octubre del 2000. Ese día su imagen sorprendió al mundo, pocos la conocían, pero su historia y con ella la de muchas personas que viven a nuestro alrededor, conmovió a todos. Originaria de Sudán, es la primera santa de su país y oficialmente su patrona.
Su mensaje de perdón y misericordia sigue vigente en este mundo lacerado por el odio y la violencia. Bakhita nos deja un testamento de perdón y misericordia: “Si volviese a encontrar a aquellos negreros que me raptaron y torturaron, me arrodillaría para besar sus manos”.
Bakhita fue secuestrada y vendida como esclava siendo muy joven. Pasó por varios dueños hasta ser comprada por un italiano con el que conoció un trato humanitario y a Dios. En 1890 obtuvo su liberación y el bautizo. La fecha quedó marcada en su corazón. Más tarde ingresaría a la orden religiosa de las canosianos y ellas le pidieron escribir su biografía y dar testimonio de sus sufrimientos para que otras mujeres no fueran esclavizadas como lo había sido ella.
Sin duda las religiosas fueron precursoras en su preocupación y nosotros hacemos eco a ese deseo para que “juntos terminemos con la trata”.
En 2015, al celebrar su fiesta, el Papa Francisco señaló: “Queridos hermanos y hermanas: Hoy, 8 de febrero, memoria litúrgica de santa Josefina Bakhita, la religiosa sudanesa que de niña vivió la dramática experiencia de ser víctima de la trata, las Uniones de superiores y superioras generales de los institutos religiosos han organizado la Jornada de oración y reflexión contra la trata de personas. Aliento a cuantos están comprometidos a ayudar a hombres, mujeres y niños esclavizados, explotados y abusados como instrumentos de trabajo o placer, y a menudo torturados y mutilados. Deseo que cuantos tienen responsabilidades de gobierno tomen decisiones para remover las causas de esta vergonzosa plaga, plaga indigna de una sociedad civil. Que cada uno de nosotros se sienta comprometido a ser portavoz de estos hermanos y hermanas nuestros, humillados en su dignidad. Invoquemos todos juntos el fin de la trata.
Este año se realiza la quinta Jornada Mundial de Oración y Reflexión contra la trata de personas y cada vez son más los que se unen y toman esta causa que provoca tanto dolor en el mundo.
Distintas instituciones han querido resaltar la fecha y unirse en oración. Esta tarde en Roma, el Comité Internacional de la Jornada Mundial de Oración y Reflexión contra la Trata de Personas, ha convocado a una vigilia de oración en la basílica de San Antonio de Padua en Roma.
Y, este domingo, se unirán en la Plaza de San Pedro, al Papa Francisco: “Juntos contra la trata”.
¿Quién fue Bakhita?
Bakhita, que en su dialecto equivale a Fortunata, no es el nombre que recibió de sus padres, sino el impuesto por sus raptores. Tras los dolorosos años de infancia, nunca logró recordar su verdadero nombre ni su lugar de origen. Se sabe que nació en 1869 en la región de Darfur, en Sudán, y que formaba parte de la tribu Nubia, en la que vivía junto a sus padres, tres hermanos y dos hermanas –una de ellas su gemela- secuestrada a los siete años, también por tratantes de esclavos.
Con 13 años de edad, y tras haber intentado escapar de su cuarto verdugo en varias ocasiones, la joven fue puesta a la venta una vez más. Ésta fue su quinta y última colocación. Afortunadamente, el comprador fue un comerciante italiano que también era agente consular: Calixto Legnani. Con él como amo, por primera vez, las órdenes a Bakhita no venían acompañadas de la fusta y, para su sorpresa, el trato que recibía era humanitario, afable y cordial.
En 1884, las circunstancias políticas hicieron que los europeos tuvieran que salir de la región y Legnani volvió a Italia. Bakhita consiguió viajar con él y con un amigo del Cónsul, llamado Augusto Michieli. Al llegar a Génova, la esposa de Micheli consiguió que Bakhita se quedase a su servicio y, un par de años después, cuando nació Mimmina, hija del matrimonio, Bakhita se convirtió en su niñera y amiga.
Años más tarde, Bakhita regresó con la familia de Michieli a Sudán, en donde habían comprado un gran hotel cerca del Mar Rojo. Luego volvieron a Italia, país en el que comenzó –sin saberlo- su camino hacia la santidad: Turina, la esposa de Michieli, decidió confiar su hija a las Monjas Canosianas del Instituto de los Catecúmenos de Venecia y que Bakhita permaneciese con ella como su nodriza.
Fue en el Instituto que Bakhita descubrió a Dios y pudo dar nombre a lo que desde niña sentía en su corazón. En sus memorias escribió: “viendo el sol, la luna y las estrellas, decía dentro de mí: ¿Quién será el Dueño de estas bellas cosas? Y sentía grandes deseos de verle, de conocerle y de rendirle homenaje”.
Bakhita supo entonces que Dios había permanecido con ella y le había dado fuerzas para soportar la esclavitud. Después de algunos meses de catecumenado, y tras haber obtenido la libertad según la ley italiana, el 9 de enero de 1890 Bakhita fue bautizada con el nombre cristiano de Josefina Margarita Afortunada.
En esa misma fecha fue confirmada e hizo la primera comunión. Sus grandes ojos brillaban revelando una intensa conmoción. Desde entonces, se le vio besar frecuentemente la fuente bautismal y decir: ¡Aquí me hice hija de Dios!
Josefina permaneció en el Instituto y a los 38 años de edad -durante el día de la Inmaculada Concepción- se consagró para siempre a su Dios al que ella llamaba con dulce expresión: “mi Patrón”. “Pronunciad los santos votos sin temor. Jesús os quiere, Jesús os ama. Ámelo y sírvalo así”, le dijo el cardenal José Sarto, a la sazón Patriarca de Venecia, futuro papa san Pío X, cuando ella profesó.
En 1902 fue trasladada a Venecia, y durante más de cincuenta años dio ejemplo de amor a Dios y servicio a los demás, participando en diversas obras educativas y de caridad, limpiando, cocinando y cuidando a los más pobres con una fe firme en su interior y un cumplimiento alegre de sus obligaciones. Su humildad y sencillez le conquistaron el afecto de todo Schio, donde se la conocía -y aún se la recuerda- como la nostra Madre Moretta.
Un par de años más tarde le pidieron escribir su autobiografía, la cual fue publicada en 1930. Así obtuvo visibilidad y se convirtió en un personaje que viajó por Italia impartiendo conferencias y recolectando dinero para la congregación.
Luego, llegó la vejez; su salud se debilitó con una enfermedad larga y dolorosa que la postró en una silla de ruedas. A pesar de sus limitaciones, continuó viajando y dando testimonio de fe, bondad y esperanza. A quienes le preguntaban cómo estaba, respondía sonriendo: “Como quiere mi Patrón”.
Fue María Santísima quien la liberó de toda pena. Murió el 8 de febrero de 1947 y sus últimas palabras fueron “¡Madonna! ¡Madonna!”.
Su fama de santidad se difundió rápidamente. No se le conocían milagros ni fenómenos sobrenaturales, pero la heroicidad de sus virtudes la llevaron a ser declarada venerable el 1 de diciembre de 1978.
En 1991, Juan Pablo II declaró la autenticidad de un milagro atribuido a su intercesión y fue beatificada el 17 de mayo de 1992 y, posteriormente canonizada, durante la celebración del Gran Jubileo del Año Santo 2000.
Su mensaje de perdón y misericordia sigue vigente en este mundo lacerado por el odio y la violencia. Bakhita nos deja un testamento de perdón y misericordia: “Si volviese a encontrar a aquellos negreros que me raptaron y torturaron, me arrodillaría para besar sus manos”.
Oración (Papa Francisco 12 de febrero de 2018)
Santa Josefina Bakhita, de niña fuiste vendida como esclava
y tuviste que enfrentar dificultades y sufrimientos indecibles.
Una vez liberada de tu esclavitud física,
encontraste la verdadera redención en el encuentro con Cristo y su Iglesia.
Santa Josefina Bakhita, ayuda a todos aquellos
que están atrapados en la esclavitud.
En su nombre, intercede ante el Dios de la Misericordia,
de modo que las cadenas de su cautiverio puedan romperse.
Que Dios mismo pueda liberar a todos los que han sido amenazados,
heridos o maltratados por la trata y el tráfico de seres humanos.
Lleva consuelo a aquellos que sobreviven a esta esclavitud
y enséñales a ver a Jesús como modelo de fe y esperanza,
para que puedan sanar sus propias heridas.
Te suplicamos que reces e intercedas por todos nosotros:
para que no caigamos en la indiferencia,
para que abramos los ojos y podamos mirar
las miserias y las heridas de tantos hermanos y hermana
privados de su dignidad y de su libertad
y escuchar su grito de ayuda.