Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN) invita a todos los chilenos a participar del Domingo de Oración por los Cristianos Perseguidos este domingo 30 de junio. Agradecemos a Humanitas y Diario Financiero que publicaron este artículo para conmemorar la fecha.
Magdalena Lira, El 28 de mayo pasado la Asamblea General de la ONU aprobó una resolución que establece el 22 de agosto como el “Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas de Actos de Violencia Basados en la Religión y las Creencias”. Esta resolución es un primer paso para llamar la atención sobre la tragedia –todavía poco reconocida– de la persecución religiosa especialmente contra los cristianos, el mayor grupo religioso que sufre amenazas por su fe.
La resolución de la Asamblea General de la ONU tiene un mensaje y un mandato claro: los actos de violencia por motivos religiosos no pueden y no serán tolerados por Naciones Unidas, los Estados miembros y la sociedad. Esto es también “un reconocimiento de la libertad religiosa: una aceptación de la realidad sociológica de la religión en la sociedad, al papel positivo de la religión en las sociedades para garantizar la pluralidad y –como declaró el Papa Emérito Benedicto XVI– al derecho fundamental del individuo a buscar la Verdad, a buscar lo trascendente, a buscar a Dios”, señala Mark Riedemann, Director de Relaciones Institucionales de Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN), fundación pontificia que tiene como misión principal apoyar a los cristianos perseguidos. “Este no es solo un paso útil, sino también crucial. Hasta ahora, la respuesta de la comunidad internacional a la violencia por motivos religiosos, y a la persecución religiosa en general, puede calificarse de demasiado escasa y tardía”, agrega Riedemann.
Además de los casos más locales y puntuales de violencia por causas religiosas que se dan en el mundo, en los últimos cinco años hemos sido testigos de dos acontecimientos calificados de genocidio. Esto ha hecho saltar las alarmas a nivel mundial sobre la violencia por causas religiosas. Uno de ellos ha sido el ataque sistemático del ISIS en Siria e Irak contra las minorías religiosas, sobre todo los cristianos y yazidíes. Otro, el de la minoría musulmana rohingya en Myanmar, por no hablar de las atrocidades metódicamente organizadas que se perpetran cada vez más contra los cristianos en África.
Las investigaciones de informes internacionales sobre la libertad religiosa, como los publicados por la Comisión de Estados Unidos para la Libertad Religiosa Internacional (USCIRF), el Centro de Investigación Pew y el Informe Libertad Religiosa en el Mundo de ACN, confirman el aumento sin precedentes de la violencia contra grupos religiosos, siendo los cristianos los que sufren mayor persecución. “Nuestro silencio es una vergüenza”, afirma Riedemann.
Los brutales atentados perpetrados contra iglesias y hoteles de Sri Lanka el pasado Domingo de Pascua, que dejaron casi 300 muertos, son la sangrienta culminación de un proceso que se viene produciendo desde hace años: la persecución de los cristianos no conoce fronteras, no descansa –tampoco en las fiestas cristianas más importantes–, no tiene piedad de los inocentes. Mientras en ciertas partes del mundo algunas personas se cuestionan su propia pertenencia a la Iglesia, en otras, mueren por su fe, de manera silenciosa, sin que la opinión pública se entere de lo que está ocurriendo.
Como en Burkina Faso, en África, donde el 26 de mayo fue atacada una iglesia durante la Misa dominical. El trágico saldo fueron cuatro fieles muertos. Con este ya son cuatro los ataques a iglesias llevados a cabo solo durante este año por grupos armados. Desde ese país, el obispo de Kaya, Mons. Théophile Nare, nos escribe: “En Burkina Faso se ha declarado una guerra contra Jesucristo… La situación es cada vez peor. No sabemos exactamente quiénes son los perpetradores, pero el motivo religioso es claro”.
El terror se ha extendido dentro de la comunidad cristiana, de manera especial en la región del norte, desde donde penetran al país grupos yihadistas. El miedo y la perturbación de las personas las pudo constatar Mons. Nare cuando visitó la localidad de Dablo, en la provincia de Sanmatenga, cuya iglesia fue atacada el pasado 12 de mayo. Seis personas murieron, entre ellas el párroco Simeón Yampa. “Fui a reunirme con los fieles para tratar de consolarlos y, por supuesto, estaban aterrorizados”, recuerda el obispo. En la oportunidad les transmitió el mensaje de solidaridad enviado por el Papa Francisco después del ataque, lo que fue un gran estímulo para ellos. “Les dije que no estamos solos y que el gesto del Santo Padre representa a toda la Iglesia universal que se reúne a nuestro alrededor. Luego los invité a confiar y no desanimarse, incluso si quieren impedir que oremos, si quieren destruir nuestra Iglesia. Debemos continuar rezando porque en Burkina Faso no hay solo una guerra contra los cristianos, sino una guerra declarada contra Jesucristo”.
Frente a esta crítica situación el Obispo de Ouahigouya, Mons. Justin Kientega, pidió a los católicos aumentar las medidas de seguridad, en especial a los sacerdotes, religiosas y fieles que viven cerca de la frontera con Mali, en el norte del país. ¿Cuáles son estas medidas? Evitar signos externos que puedan identificarlos como cristianos. En el caso de los sacerdotes la sotana o “clergyman” (cuello clerical), y en el de las religiosas el hábito o velo. También se les aconseja viajar siempre de día y evitar hacer los mismos recorridos. Además, se recomienda no hacer públicos los encuentros con mucha antelación y acortar la duración de las celebraciones.
Todas estas medidas son una muestra de la tensa situación que vive el país después de la escalada de violencia contra los cristianos. Lamentablemente, estas afectarán notoriamente la labor pastoral de la Iglesia, porque las comunidades católicas se encuentran muy dispersas, sobre todo en el norte donde la mayoría de la población es musulmana o animista.
Solo en los primeros seis meses del año se han repetido otra serie de incidentes antirreligiosos, entre los que tristemente destacan:
“Esa noche y los primeros días del 2019 (los atacantes permanecieron 10 días en el lugar), 20.000 personas huyeron despavoridas, muchos en ropa de dormir, perdiendo todo lo que tenían, haberes y recuerdos, tumbas de seres queridos y semillas”, recuerda Mons. Juan José Aguirre, obispo de Bangassou. “Miles de ellos llegaron a Bangassou a pie, 130 km. más abajo, se mezclaron con familias de acogida, gente con corazón de oro. Centenares de niños han sido acogidos en las escuelas católicas, 67 de ellos llegaron ‘no acompañados’, sin saber si sus padres estaban vivos o muertos y fueron acogidos en nuestro orfanato”.
Este obispo misionero decidió celebrar Semana Santa en Bakouma, “con el resto de los fieles presentes todavía en estado de shock. El Domingo de Ramos se llenó la Iglesia, no sé de donde salieron tantos, algunos vinieron caminando 10 kilómetros a pie para gritar Hosanna al paso del burro, que era yo. Algunos dicen que aquel burro de Jerusalén estaba feliz porque creía que los Hosanna eran para él. Yo era muy consciente que yo no era el protagonista. Yo les traía a Jesús, maestro de consolaciones”.
La amenaza de los grupos radicales islamista continúa en Medio Oriente. “Decir que el ISIS fue derrotado militarmente y por lo tanto ya no existe, es un juicio erróneo porque la ideología existe todavía, sus seguidores siguen activos y los canales de contacto parecen funcionar”, señala Thomas Heine-Geldern, Presidente Internacional de ACN.
En muchas partes del mundo, denuncia ACN, la religión se utiliza como arma política para desequilibrar a los países y sumirlos en el caos, como puede comprobarse actualmente en Sri Lanka, donde la Iglesia está haciendo denodados esfuerzos para garantizar que el dolor por los atentados no se convierta en una espiral de violencia. “El equilibrio social se basa, en gran medida, en la coexistencia pacífica entre las diferentes religiones. La Iglesia local de muchos países trabaja incansablemente para lograr esto”, afirma Heine-Geldern.
El islamismo extremista, el nacionalismo exacerbado y las ideologías autoritarias siguen siendo las principales fuerzas motrices de la persecución contra los cristianos y otras minorías religiosas. Es de esperar que el establecimiento del “Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas de Actos de Violencia Basados en la Religión y las Creencias” no quede solo como una conmemoración simbólica, sino que contribuya a que se sigan tomando medidas para la denuncia y reducción de la violencia por motivos religiosos en el mundo.
“Quizá nos cueste creerlo –señaló el Papa Francisco en marzo de este año– pero hoy hay más mártires que en los primeros siglos. Son perseguidos, porque a esta sociedad le dicen la verdad y anuncian a Jesucristo. Esto sucede especialmente allí donde la libertad religiosa todavía no está garantizada… Recemos para que las comunidades cristianas, en especial aquellas que son perseguidas, sientan la cercanía de Cristo y tengan sus derechos reconocidos.”
Acogiendo este llamado, Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN) invita a todos los chilenos a rezar por ellos, especialmente el Domingo de Oración por los Cristianos Perseguidos, que este año se celebra el 30 de junio.