ACN, viernes 12 de octubre de 2018 – El padre Edouard Tsimba es un hombre alto, corpulento, que recibe con una gran sonrisa a todo aquel que llama a la puerta del Seminario Mayor de San Marcos, en Bangui, capital de la República Centroafricana. Hace un tiempo recibió a un equipo de la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia que Sufre, y este fue el primer saludo, entre lágrimas: “¡Gracias por venir! ¡Gracias por visitarnos! Aquí, no viene nadie… Si no fuera por ACN no podríamos acabar el curso.”
Además de las dificultades económicas del seminario –como el sostenimiento de profesores y formación de seminaristas-, se suma ahora la gran cantidad de desplazados que tienen en el seminario. Hay que alimentarlos… Se han estropeado muchas instalaciones que no están preparadas para recibir a tanta gente. Actualmente hay 5.000 personas desplazadas -han llegado a tener hasta 10.000-. Nos explica que algunos alumnos tienen a sus padres en este recinto como desplazados, que han nacido 600 bebés… Las ONG solamente ayudan a corto plazo. Desde enero pasado, éstas han decidido no ayudar y ver si la gente se marcha de los campos… No ha funcionado. La Iglesia es la única que tiene proyectos a largo plazo.
El padre Tsimba, rector del seminario y coordinador de la ayuda a los desplazados, narra cómo llegaron tantas personas allí en busca de auxilio, cómo comenzó todo: “Desde el domingo de Ramos de 2013, empezamos a notar algo en el ambiente de la ciudad de Bangui. Antes de eso, fuera de Bangui, ya sabíamos que algo no funcionaba bien. Había grupos armados, bandas que estaban realizando barbaridades. Lo seguíamos de lejos hasta que un día, el Domingo de Ramos, una banda armada, los Seleka, entraron en Bangui. Ese día llegaron hasta aquí: hasta el Seminario Mayor de Bangui. Se llevaron el auto, saquearon mi despacho y mi habitación.”
“La gente del barrio me pidió que dejara el seminario y que me quedara con ellos, en la casa que está enfrente del seminario –continúa contando el sacerdote-. Fui allí con un sacerdote francés aunque no abandonamos del todo el seminario… Nos dijimos que esa gente se había llevado el coche y dinero, pero que volverían… Durante cuatro días estuvimos sin dormir, estábamos de pie o sentados, había disparos por todas partes. Hicimos la reflexión de que teníamos que estar en casa, teníamos que volver: “Si nos tiene que pasar algo, que sea en casa”. Cada vez que llegaban bandas armadas, cogían lo que quedaba en la casa y lo tiraban al techo, lo rompían todo. Fueron unos días tensos. Después pasó todo. Fue como un movimiento de masas.
Los acontecimientos se precipitaron cuando los grupos Anti-Balaka, milicias armadas en respuesta a la violencia de la guerrilla islamista Seleka, comenzaron a ensañarse contra la población musulmana y la violencia rebrotó con fuerza. Era finales de diciembre de 2013, el padre Tsimba recuerda bien la fecha: “Era un jueves y nos estábamos preparando para ir a clase. “¿Qué pasa?”, nos preguntábamos.”
“El primer día, recuerdo que había entre 300 y 400 personas y luego fue aumentando a 1.000, 2.000, 5.000, 8.000 hasta casi 10.000. No fue solamente en nuestra casa, también en parroquias de la ciudad e incluso en el arzobispado. Lo mismo en las parroquias del interior del país. Como cristianos, como personas, no podíamos dejar de acoger a nadie. Todas esas personas venían buscando seguridad.”
El seminario dispuso todas las aulas, comedor y más tarde capillas, para acoger a tantos desplazados. La estación lluviosa estaba a punto de comenzar y no podían estar en el jardín, o en unos simples plásticos en el suelo. Después de unos meses, recibieron tiendas de campaña de varias ONG, pero las clases tuvieron que ser canceladas por la atención a los desplazados: “Comíamos una vez al día con ellos. Conseguimos que unas personas comprasen arroz para todos e hicimos arroz con leche. Solíamos cenar con ellos. Por la mañana, comprábamos, por ejemplo, 400 barras de pan. Las cortábamos en 4 trozos y los repartíamos, sobre todo entre los niños.”
Muchas congregaciones misioneras no han dejado el país, se han quedado. La población lo ha agradecido mucho, agradecen que no se les abandone cuando las cosas van mal, que se queden con ellos. El padre Tsimba recuerda cómo su misión como sacerdote se multiplicó: “Compartimos lo poco que tenemos con ellos. De hecho, como sacerdotes, hacemos un poco de todo: nos convertimos en enfermos y curamos heridas, o en psicólogos y escuchamos a la gente. En definitiva, conceder tiempo a la gente para que hablen, para escuchar su sufrimiento aunque no siempre tenemos respuesta.”
Los momentos más difíciles fueron y son cuando fallece alguien, y la familia entera se encuentra desesperanzada. También el seminario ha sido un hospital improvisado: “Aquí han nacido 600 bebés. Uno de ellos murió en el momento del parto. No había posibilidad de que viniera una ambulancia y hubo que enterrar al bebé aquí, muy pocos de nosotros sabemos dónde. Lo enterramos iluminando con el faro de una moto (por la noche). Cuando pienso en esto, me duele, fue muy doloroso…un ser humano que muere porque no podemos ir al hospital, simplemente. Aquí ha habido hasta colegios: primaria y escuela de alfabetización para los adultos, para que la gente no estuviera sin hacer nada.”
Este es el día a día aún hoy de la Iglesia en República Centroafricana, un escudo de paz que trata de responder a la emergencia que vive el país, uno de los más pobres del mundo, que continúa viviendo una guerra intermitente entre grupos armados, con la población como rehén de la violencia. Junto a esta Iglesia está la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia que Sufre que está ayudando en la reconstrucción de los templos, seminarios y misiones destruidas por Seleka. Otra gran tarea es poder continuar con la formación de los seminaristas del país, entre ellos los que acuden al Seminario de San Marcos. Se han destinado recientemente $33.000.000 para la organización de retiros espirituales y mantener las becas de estudio de los seminaristas. El costo anual por seminarista asciende a unos $570.000 y el costo anual de un profesor a unos $820.000.-
El padre Edouard Tsimba se despide: “Agradecemos mucho a Dios todo lo que hace a través de las personas y que nos muestra que está con nosotros. Muchas veces cuando no nos lo esperamos, llega una ayuda”.