La academia sueca dio a conocer este viernes el premio Nobel de la Paz 2018. En esta oportunidad el galardón fue entregado a una chica yazidí de 25 años y un ginécologo congolés. Aunque no trabajan juntos, los une el mismo motivo: levantar la voz y defender la violencia sexual contra las mujeres. Denis Mukwege dedicó el galardón “a las mujeres de todos los países víctimas de conflictos y enfrentadas a la violencia diaria”. A su vez, se declaró “honrado” por compartir su premio con la yazidí Nadia Murat, “con quien comparto esta lucha”.
La alegría no ha cesado. El Congo se siente orgulloso de la distinción hecha a uno de sus compatriotas. Las autoridades también felicitaron a Mukwege, aunque reconocieron que no suelen estar de acuerdo con su trabajo.
Y es que Denis Mukwege ha desafiado a todos por defender a las mujeres y brindarles un espacio digno en la sociedad. Incluso, pone en peligro su vida para brindarles una ayuda que el gobierno no quiere enfrentar. Su historia es un ejemplo para muchos y es por ello que queremos compartirla con uds.
El tercero de nueve hermanos —primer varón— e hijo de un pastor pentecostal, Mukwege (Bukavu, 1955) opera gratuitamente desde hace dos décadas a mujeres y niñas que han sido agredidas brutalmente y se ha convertido en el mayor experto mundial en tratar a víctimas de violaciones.
Mukwege se enfrenta en primera línea de batalla al horror. “Estas son violaciones diferentes: usan el cuerpo de la mujer como campo de batalla. La crueldad ejercida resulta inhumana. La violación en una zona de conflicto es la voluntad de destruir al otro y a las generaciones futuras a través de la mujer. Si el mundo comprendiera así la violación, no reaccionaría como si fuera un problema sexual; es una agresión contra la humanidad”.
La raíz de la epidemia de violaciones está en la guerra. Dos conflictos consecutivos de 1996 a 2003 han dejado a la nación africana sumergida en una espiral de caos, impunidad y violencia. Varios grupos rebeldes controlan territorios ricos en minerales y utilizan el horror y el miedo para dominar yacimientos mineros donde el Ejército, ineficaz y mal pagado, no se atreve ni siquiera a acercarse. Para esas milicias, los asesinatos, los pillajes y las violaciones se han convertido en una forma de subsistencia y en una forma de control grandes extensiones de territorio.
En el año 2012, días después de regresar a Congo tras criticar con dureza al gobierno congoleño durante una conferencia en la sede de la ONU en Nueva York, cinco hombres armados entraron en su casa de Bukavu, retuvieron a dos de sus tres hijas e intentaron asesinarle. La protección heroica de su guardaespaldas Jeff, que murió en el tiroteo, le salvó la vida. Tras el ataque, no se investigó y nadie fue detenido.
Aunque en una primera instancia, Mukwege huyó con su familia a Europa, a las pocas semanas la reacción de sus pacientes le hizo regresar. Cientos de mujeres, a quien el ginecólogo había operado gratuitamente, ahorraron céntimo a céntimo para comprarle un boleto de avión de vuelta a casa y pedirle que no las abandonara. “¡Mujeres pobres vendieron tomates y frutas en el mercado para ahorrar y pagar mi billete! Me quedé sin argumentos para abandonarlas. Comprendí su grito. Abandonarlas significa aceptar que los violadores han ganado”.
Desde entonces, Mukwege vive en el hospital de Panzi, escoltado las 24 horas del día por un guardaespaldas armado y viaja por el mundo para denunciar las agresiones sexuales a las mujeres congoleñas. Después de ganar el Nobel de la Paz, seguirá trabajando por las víctimas. “Yo no quiero que me sigan ni me admiren quiero que peleen a mi lado. Yo lucho para reparar la dignidad de las mujeres”.
Que ocurre en la República Democrática del Congo
La República Democrática del Congo lanza un grito mudo desde lo más profundo de su necesidad. Matanzas, incendios, saqueos, humillaciones sistemáticas de la mujer después de violaciones, el empobrecimiento de los campesinos, secuestros, desplazamientos internos de la población… todos estos sufrimientos se han convertido en el pan de cada día para los habitantes del Este del país. Kinshasa y las Naciones Unidas acusan a Kigali de que este apoya, con hombres y equipamiento, un movimiento de rebeldes denominado M23, que desde el mes de mayo de 2012 ha provocado ―con sus ataques― la desolación en la región.
El Arzobispo de Bukavu, Mons. François-Xavier Maroy, «Los malvados nos han traído la guerra a nuestra casa y esta guerra continúa haciéndonos sufrir. Nos han traído la discordia y esta continúa atormentándonos aún hoy. Nos han traído la maldad aquí y esta continúa corroyendo nuestra sociedad aún hoy». Y continua: «Estamos llamados a decir a los otros que tenemos modelos, personas que han muerto luchando por la paz, por la verdad, la unidad y la reconciliación entre los pueblos que constituyen la nación congoleña». Y pide que se escuche la voz de sus tres predecesores Mons. Munzihirwa, Mons. Kataliko y Mons. Charles, los tres muertos en la guerra, y que se siga su mensaje. «Trabajemos para que la paz venga aquí donde estamos; construyamos la paz». Sin temor, Mons. Maroy insiste: «Decid a los que quieren la guerra que la felicidad no puede provenir del fusil. Que abandonen las tensiones que alimentan entre los pueblos». Y concluyó su homilía invitando a rezar: «Nos encontramos todavía amenazados; pedimos a los que están con Dios que intercedan en nuestro favor ante Él para que su intercesión nos reporte buenos frutos rápidamente. El fruto más esperado es la salvaguardia de nuestra unidad, de la unidad de la nación congoleña».
La Iglesia cree en la paz y reza por la paz. Que ponga fin a esta horrible guerra y permita edificar por fin un Congo pacificado, unido y próspero. Dirigimos con confianza nuestra plegaria al Señor, para que en las conciencias crezca un respeto intangible por toda persona humana, la firme condena de la guerra y de la violencia que está actualmente haciendo estragos sobre esta tierra del Congo. «Rezad, rezad, rezad, os lo suplico, gritad, unid vuestra oración a la nuestra…». Este es el gran grito de alarma y de angustia que lanza el Obispo de la diócesis de Goma, Mons. Théophile Kaboy. «A vosotros, queridos religiosos y religiosas, y a toda persona unida con Dios en la vida de contemplación sobre esta tierra, os lanzo —en calidad de pastor, de Obispo de la diócesis de Goma— una llamada de desesperación: roguemos, imploremos, supliquemos. En Goma tenemos suficiente fe para acoger el reproche del Maestro: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? (Mc 4, 40). De todo corazón os lo agradezco, Aleluya». Roguemos al Señor «Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis» (Mt. 21, 22) Tú que eres el Príncipe de la Paz, de la verdadera Paz, ayúdanos a comprender que el único camino para construirla es huir con horror del mal y buscar el bien, incansablemente, con valentía.