Ayuda a la Iglesia que Sufre tuvo la posibilidad de conversar con monseñor Cyr-Néstor Yapaupa, obispo de Alindao en República Centroafricana. Un país pequeño, precisamente en el corazón de Africa, que lleva 5 años de un desgarrador conflicto que tiene a la población sumida en la pobreza y el desamparo.
En medio de este caos, la Iglesia intenta ayudar, aunque muchas veces es poco lo que logra y debe contentarse con acompañar y consolar. Los caminos son intransitables y se corre el riesgo de ser asaltados, por lo que hay comunidades a las que es imposible asistir. Así las cosas, la Iglesia de Centro Africa realiza lo que podríamos llamar “el ministerio de presencia/proximidad”.
“Hoy por hoy es difícil, si no imposible, desplazarse de una ciudad o de una aldea a otra debido a la inseguridad en las carreteras, por lo que las localidades quedan aisladas las unas de las otras -explica monseñor. Los actos de represalia dirigidos contra los civiles son muy frecuentes, tanto por parte de los seleka como por parte de los anti-balakas”.
Insiste: “En una zona inmersa en una situación de falta de seguridad como la nuestra, la paz y la estabilidad son una realidad volátil e incierta, porque los jefes rebeldes dictan su ley de la selva y actúan con total impunidad a causa de la ausencia de la autoridad del Estado y el letargo de las fuerzas de la ONU.”
“Las numerosas familias que han sido víctimas de la violencia en Basse-Kotto han ocasionado grandes movimientos de desplazados: unos viven hacinados por miles en algunos campos, otros viven dispersos por el monte y también los hay que han elegido el camino del exilio en la República Democrática del Congo. Por ejemplo, solo en la ciudad de Alindao -donde vivo- hay más de 30.000 desplazados repartidos por cuatro campos.”
¿Quién se ocupa de ellos?
De estos desplazados se ocupan (al menos en la ciudad de Alindao) las ONG internacionales y nacionales, entre ellas, la Cáritas diocesana, en los ámbitos de la salud, la educación, la protección, el abastecimiento de agua, saneamiento e higiene. Las demás ciudades y aldeas, a las que no se puede acceder debido a los actos salvajes de los grupos rebeldes, se ven desgraciadamente privadas de toda acción humanitaria. Aquí se trata de subprefecturas como Mingala, Satéma, Mobaye y Zangba, cuyas poblaciones carecen de todo.
Según hemos sabido, en dichas zonas la tasa de mortalidad es demasiado elevada tanto entre las mujeres embarazadas como entre los niños de entre 0 y 5 años. Las mujeres dan a luz en el monte sin la asistencia de una partera o matrona porque no existe ninguna instalación sanitaria en funcionamiento.
Además, gran número de casas y lugares de culto están destruidas, por lo que la prefectura de Basse-Kotto cuenta con miles de aldeas fantasma. Los campos de desplazados han reemplazado a los pueblos tradicionales.
Pero mucha de la ayuda es dada a través de la diócesis ¿cierto?
La diócesis no puede ser insensible ni indiferente ante este drama humanitario: contribuimos en la medida de lo posible y con la ayuda de nuestros ‘partners’ (socios) a humanizar -aunque sea poco- las condiciones de vida de la población desplazada con algunos modestos logros:
Desgarra escuchar el testimonio de monseñor. Es un país entero que sangra, una generación sin salud, educación, comida. Niños que no conocen de juegos y familias completas que viven atemorizadas.
La Iglesia, con su presencia, busca paliar esos sufrimientos y como nos señala monseñor Yapaupa: “Anunciar el Evangelio sigue siendo una necesidad para todo cristiano según el mandato misionero recibido de Cristo. Nuestras comunidades cristianas (que todavía funcionan) son asiduas a la escucha de la Palabra de Dios durante las celebraciones eucarísticas en estos tiempos de crisis. La Palabra de Dios sigue siendo el fundamento del consuelo y la esperanza de nuestros fieles”.
Con dolor, monseñor confidencia: “La población cristiana de dichas parroquias y zonas está repartida por los campos de desplazados, algunos se han refugiado en la selva y otros todavía viven en el exilio. Las capillas están en ruinas o han sido pasto del fuego o incluso profanadas por los grupos armados. Los sacerdotes ya no pueden organizar visitas pastorales a las comunidades rurales y a la periferia de las ciudades. Algunas casas parroquiales han sido vandalizadas total o parcialmente (Kembe, Mobaye y Zangba). Solo la parroquia catedralicia de Alindao y la de Mobaye funcionan, mientras que las de Kongbo y Zangba han reanudado tímidamente sus actividades. En cuanto a la parroquia de Kembé, el acceso a las zonas de Mingala/Poudjo y Tagbalé sigue siendo difícil a causa de la inseguridad reinante. Allí, los catequistas asisten espiritualmente a los creyentes.”
La última comunidad de religiosas (Oblatas del Corazón de Jesús) se vio obligada a abandonar la diócesis en 2014 porque su seguridad estaba constantemente amenazada.
Esperamos la llegada de nuevas religiosas a la parroquia de Mobaye para el inicio del año pastoral 2018-2019, pero todavía tenemos que rehabilitar el convento, que ha sido saqueado y vandalizado por los seleka.
¿Se puede en estas situaciones dar respuesta a las necesidades espirituales de su rebaño?
Ante la precaria seguridad y las condiciones socio-económicas drásticamente deshumanizadoras que hunden a la población en la desolación, la resignación, el fatalismo y la incertidumbre, hasta el punto de ver cómo se desmorona imparablemente la fe cristiana, es un imperativo para la diócesis dar prueba de solicitud y solidaridad, y estar atenta a las necesidades espirituales de los creyentes.
En el contexto actual, la pastoral social y la misión evangelizadora se presentan difíciles, pero no imposibles. Por eso es importante lo que podríamos llamar “el ministerio de presencia/proximidad”: Aunque en las otras parroquias y zonas los agentes de la pastoral están ausentes porque temen por su seguridad, hay sin embargo un pequeño remanente del clero que asegura una presencia significativa con el apoyo paternal del obispo en los emplazamientos de la Iglesia Católica, en Kongbo y en la comunidad parroquial de Mobaye.
Con el clero hacemos frente a diario al miedo, a las amenazas y a la inseguridad para mostrar una presencia activa que tranquilice a los desplazados. Aunque es más que una simple presencia, desarrollamos la proximidad a través del encuentro, la escucha, la visita, el consejo, el compartir momentos de alegría y dolor… Esta pastoral de presencia incluye además la administración de diversos sacramentos y servicios en los campos de desplazados: unción de los enfermos, viático, bautismo, penitencia, confirmación, lectio divina en las comunidades eclesiales de base/movimientos y fraternidades… Todo esto da testimonio de que los peligros de la vida no podrán impedir jamás que la Iglesia prospere y prolifere.
La República Centroafricana sigue lidiando mal que bien por salir de la crisis por la que se viene gangrenando desde hace más de cinco años. Las nuevas autoridades elegidas democráticamente luchan por hacer valer su autoridad en todo el territorio, si bien más del 80% del mismo está bajo el control de los jefes rebeldes, que ya son unos quince en total. Desde el punto de vista de la seguridad, podemos diferenciar tres zonas (según el orden de importancia): roja, amarilla y verde. Gran parte del país se encuentra en la zona roja de extrema inseguridad, totalmente bajo la dominación de los rebeldes. La zona amarilla es aquella donde se observan actividades mitigadas de los rebeldes y la zona verde es donde la autoridad del Estado parece estar presente.