Los soldados del gobierno aguantaron durante el 3 de enero múltiples ataques en la ciudad, hasta que el fuego cruzado los dejó sin munición y huyeron. “Dejándonos solos a mí y a mi gente, y Dios mudo a nuestro lado”. Así lo siente el misionero que afirma, a pesar de todo, no sentirse solo, aunque muchos han huido al Congo, país vecino del cual sólo los separa tan sólo un río. “En la noche más negra estabas, pero dormido”, le dice Mons. Aguirre a ese Dios silencioso, pero presente.
La gran preocupación de Mons. Aguirre son los niños y los ancianos: “Ha habido niños heridos por balas perdidas”. Niños que huían al Congo de las quemas y los ataques, pero a los que “una bala le ha caído como una espada de Damocles, sin saber de dónde venía. Hasta en su huida los ha alcanzado la violencia de los agresores”, denuncia el obispo.